El entrenador fue símbolo de una manera de entender el juego y la vida; siempre abierto a la charla, la discusión, la amistad y una serie de códigos propios
Seguramente hay muchos entrenadores que pueden explicar las diferentes maneras que tiene un equipo de jugar al fútbol. Seguro los hay formados, estudiosos, académicos y tácticos. Seguro cuentan con colaboradores de élite y cubren todos los territorios posibles del juego, desde lo físico a lo táctico, de lo estratégico a lo psicológico.
¿Pero cuántos pueden definir al fútbol así?
«El fútbol, como decía Borges de la literatura, es orden y aventura. Si sos demasiado ordenado, el equipo es aburrido, como la música misma. Si en una orquesta salís con un violín a jugar una aventura, que sería el solo, y no retornas al sonido de la orquesta, esa aventura perturba, molesta».
La frase pertenece a César Luis Menotti, un entrenador que fue mucho más que fútbol.
#ProfundoDolor La Asociación del Fútbol Argentino lamenta informar con enorme tristeza el fallecimiento de César Luis Menotti, actual Director de Selecciones Nacionales y ex técnico Campeón del Mundo de @Argentina.
¡Hasta siempre, Flaco querido! pic.twitter.com/mKEPPUzo2l— AFA (@afa) May 5, 2024
El Presidente de la FIFA Gianni Infantino encabezó los homenajes, declarando su «profundo pesar» por la pérdida de un icono nacional y un auténtico visionario del fútbol.
«Muchos entrenadores han seguido la visión que tenía Menotti del deporte rey, por lo que su filosofía de juego será su legado», afirmó Infantino.
«César amó a su país tanto como Argentina lo amó a él. Vivirá por siempre en el recuerdo del mundo del fútbol. Mi más sentido pésame para la nación argentina, la Asociación del Fútbol Argentino y los familiares y amigos de César Luis Menotti».
Confesó que como jugador era tan bueno que, al final, su carrera pareció quedarle corta. Le pegaba a la pelota con fuerza y precisión. Era alto, fino y pensante. «Como Riquelme», se autodiagnosticó alguna vez, no sin advertir que la autocomparación le parecía demasiado.
Formó a uno de los mejores equipos de la historia del fútbol argentino: el Huracán de 1973, una especie de representación romántica del fútbol que más le gustaba a Menotti: un equipo de posesión, toque, cuidado del balón y permanente vocación ofensiva. El Flaco agrupó a una serie de jugadores con características de ataque -Miguel Brindisi, Carlos Babington, René Housemann y Omar Larrosa, entre otros- que otros quizás no hubieran incluido. Para él, lo importante era que las piezas lo ayudaran a formar una idea de juego.
«Si yo agarré el balón y no pensé nada, la pelota que me diste te la devuelvo, pero no la pierdo». Siempre atraído por la posesión del balón en base al criterio y el entendimiento del juego; alejado de los elementos físicos demasiado rigurosos y enojado con el desarrollo de los sistemas tácticos como números que no representaban una idea, una manera: «Cuando dicen 4-3-3, 4-4-2, 4-3-1-2…para mí esos son números de teléfono».
La historia del fútbol de Argentina parece dividida, especialmente durante los 80 y 90, entre bilardistas -por Carlos Bilardo- y menotistas sin advertir que los dos tenían una raíz en común que los hacía mucho más parecidos que diferentes: ambos trabajaron en un proceso de construcción de la Selección argentina que derivó en lo que hoy representa en el mundo: una potencia.
Bilardo llegó hasta transportar carros con ladrillos para la construcción del predio de la Asociación del Fútbol Argentino, hoy símbolo de excelencia. Menotti, en cambio, planteó un cambio de esquema como condición para asumir el mando de entrenador de la Albiceleste, en 1974: apostar a un proyecto, darle al menos cuatro años al director técnico para rescatar a lo que él consideraba el ADN del fútbol argentino: la gambeta nacida en los potreros, la picardía del jugador formado en la calle, el pie fino del hombre que se formó como jugador en el barrio.
Uno de sus conceptos fundamentales tuvo que ver con el ‘achique’, una manera de defender que implicaba en que la línea de defensores jugara lo más adelante posible para quitarle espacios al rival, dejar un gran espacio entre sus últimos jugadores y el portero -que también se ubicaba unos metros más adelante de lo habitual- y obligarlos a que caigan en permanente fuera de juego.
Menotti fue la mente detrás de la Selección argentina que ganó la Copa Mundial 1978. Con un 4-3-3, armó un equipo que nunca se apuraba en atacar pero siempre encontraba espacios y momentos para herir a los rivales. Con un central de enorme jerarquía como Daniel Passarella, que solía integrarse al medio o conectar con Rubén Gallego y Osvaldo Ardiles, un ofensivo como Mario Kempes, que se movió unos metros más atrás para generar juego y romper líneas a base de potencia, y tres delanteros que variaban entre René Houseman (bien pegado a la banda, rápido y habilidoso), Leopoldo Luque (centrodelantero con pie fino y buena técnica), Daniel Bertoni (con enorme juego de asociación) y Oscar Ortiz (que hacía una tarea similar a Houseman pero por la izquierda).
Cuatro años después, en la Copa Mundial 1982, las cosas no le salieron bien pese a que tenía una plantilla que, individualmente, parecía insuperable.
Siempre dueño de una sensibilidad diferente a la media, disfrutaba de la literatura y de la música. Se involucró en política y rescató una manera de ser más ligada a la libertad que a la obsesión. Más pensante que mecánica. Una charla en un café podía valer más que un entrenamiento. Una amistad era un pacto que no se rompía con nada.
En 1978, Menotti tomó la dura decisión de dejar afuera a un joven Diego Maradona que solo tenía 18 años y brillaba en Argentinos Juniors. El propio entrenador contó que el jugador, que un año después brillaría bajo su mando en la Copa Mundial Sub 20 1979, jamás lo perdonó.
Pero cuando Maradona tenía más de 50 años y le preguntaron por el Flaco, así lo definió: «Fue el mejor de todos. Fue el que más me motivó, así como digo que Bilardo me crió mucho más que Menotti en algunos pasajes, creo que él…si tengo que comprar el libro de fútbol, me compro el que sea escrito por él».
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