Madrid, (EFEverde).- «Sanar a la mujer es sanar a la tierra», afirma Itaya Andy, una de las más de cien mujeres amazónicas de Ecuador que comparten la defensa del territorio, la naturaleza, la educación, la salud y la preservación de su cultura a través de generaciones. 

Durante su trayectoria, estas lideresas, mayoritariamente indígenas, han reclamado al Estado ecuatoriano detener la intervención de compañías petroleras y mineras en los territorios ancestrales de sus comunidades y la defensa de la Naturaleza, que consideran sagrada.

Itaya Andy es una mujer indígena kichwa de Ecuador y terapeuta comunitaria en el grupo de Mujeres Amazónicas que se encarga de sanar las heridas de las lideresas debido a las violencias que han sufrido.

Amar la sabiduría indígena

En una entrevista con EFEverde.com, Itaya comienza: “en el idioma de mi papi, mi nombre significa ‘selva encantada”. Ella nació en el pueblo de Sarayaku, en la provincia de Pastaza del Amazonas ecuatoriano, una zona rural aledaña a la ciudad.

“Me crié con mis abuelos en Sarayaku y viví la vida de la selva”, cuenta la terapeuta, quien habla de su tierra, de cómo tejía mientras sus abuelos le contaban historias de lucha, de los espíritus y seres vivientes de la selva, o de leyendas e historias de autocuidado. Los tiempos que vivió con ellos ahora los lleva en su caminar, en su identidad que es su fortaleza.

Su abuela compartió con ella ese amor por la Naturaleza, que para Itaya es vida, fuerza y amor. Cuando sacaban la yuca “ella me decía ‘mijita, tenemos que sembrar así, te paso la energía para que lo hagas bien, tienes que sembrar en luna llena, creciente, menguante…, y así”.

“Caminar por la selva nos da ternura, y también recordar cómo me bañaba en el río, cómo sentía el aire, cómo la tierra me daba alimento, cómo me protegía…”, comparte la lideresa kichwa.

Itaya destaca la lucha de su madre y de su abuela por preservar su yachay (ciencia de la selva) a la vez que la recomendaban estudiar para defenderse del colonialismo.

Adaptarse al conocimiento occidental

Itaya Andy es una mujer sensible y “sobre todo” muy resiliente ante las adversidades. Gracias al consejo de sus antecesoras se formó como terapeuta, aunque por el camino ha tenido que confrontar múltiples violencias.

“Las mujeres indígenas sufrimos violencias por parte de las empresas extractivas, que llegan sin consulta propia a nuestros territorios, por los estados, por la sociedad, por nuestras propias familias… Ha sido muy complejo, en mi caso, sobrevivir a estas e identificarlas a diario”, cuenta sobre las experiencias racistas y abusos sexuales sistematizados que sufrió desde pequeña y que tuvo que afrontar con apoyo terapéutico.

Itaya trabaja fuera de su localidad para una institución pública, acompañando a niños y adolescentes de alta vulnerabilidad y les ayuda a superar violencias físicas y psicológicas para su desarrollo académico.

“Mi trabajo allí es dar talleres a las familias en derechos humanos, derechos de la naturaleza, cuidado de los cuerpos, violencia de género, crianza respetuosa, alimentación consciente, todo ello adaptado a los pueblos indígenas”, afirma Itaya.

Además, “si queremos espacios sanos, también hay que empezar a cuidar los cuerpos de los hombres, porque si no vamos a seguir el ciclo de la violencia”.

Así, durante su camino vital ha aprendido que “cada quién lucha desde sus propios espacios», y que gracias a la terapia «puedo sanar estas violencias», argumenta.

Importancia de la lucha colectiva

Con las mujeres amazónicas hace terapias desde hace cuatro años: “ellas son líderes de la comunidad, de la casa, de sus hijos y son dadas la espalda por los hombres, no se les reconoce su esfuerzo”, reivindica Itaya. Estas se reúnen de diferentes espacios de la amazonia ecuatoriana, aunque les gustaría que mujeres de más territorios pudiesen acudir a sentirse apoyadas sin impedimentos.

Guangurina, se dice en kichwa, significa unirnos en cualquier espacio donde estemos, conectarnos y seguir con un objetivo común que no solo es la Naturaleza, son también nuestros cuerpos”, apunta.

Además, Itaya observa que se están quebrando los tejidos sociales en la Amazonía a causa de intereses para con las empresas extractivas, y “la lucha debe ser colectiva, porque si no, ¿quién va a seguir luchando por el cuidado de los territorios, de la tierra, de la identidad?”, defiende Itaya.

Sanar a la mujer es sanar a la tierra

Las herramientas que tienen estas comunidades para defenderse son: la educación occidental, capacitarse en los derechos de la naturaleza, los derechos humanos, la identificación de las violencias, etc., y los conocimientos de la naturaleza que les dan “fuerza para luchar por nuestra tierra y nuestros hijos”.

A través de la organización de Sarayaku han creado proyectos con diferentes ONGs. Sarayaku se caracteriza por su autonomía, decidiendo qué proyectos se hacen en su territorio, “como un proyecto de restauración de semillas ancestrales, programas para fortalecer nuestra identidad, las chacras, de sembrío de árboles, de tejer…”.

“Normalmente las ONGs nos manejan, se sienten nuestros salvadores cuando nosotros llevamos siglos cuidando de nuestra tierra”, sin embargo estas mujeres han llegado a acuerdos para dejar de ser controladas, “necesitamos que respeten nuestros propios procesos de liderazgo”.

Para ella, «sanar a la mujer es sanar a la tierra» por lo que requieren fondos suficientes para «continuar sosteniendo a sus familias, la Naturaleza, el tejido en los territorios, la educación y su salud», y para que sus hijos «lo puedan hacer en el futuro». EFEverde