Por Laura Quiñones
En los manglares de Colombia, biodiversidad, alimentación, gastronomía y cambio climático se dan la mano en un proyecto de la agencia de la ONU para la alimentación que facilita medios de vida a las comunidades locales al tiempo que permite la protección de especies amenazadas.
Apenas amanece cuando Magnolia Ordoñez zarpa en una pequeña embarcación junto a su esposo, el capitán, y sus compañeras, todas mujeres. Su misión: encontrar y recolectar pianguas, una especie de molusco que habita entre las raíces de los manglares en el Pacífico colombiano.
Recolectar las pianguas no es tarea fácil. Antes que todo deben encontrar el lugar adecuado para anclar la embarcación, siempre diferente al de la última cosecha, para asegurar que el manglar se mantenga sano y siga produciendo. Al llegar, Magnolia brinca del bote con agilidad y escala una pared de lodo resbaladizo. Se adentra en el bosque, saltando y esquivando las largas raíces aéreas con la destreza de quien conoce bien el terreno. Una vez dentro, enciende una clase de incienso para ahuyentar a los mosquitos y concentrada se toma un momento para cantar a los manglares, en un ritual de profundo respeto para pedirles permiso antes de recolectar su alimento.
Después de agradecerles por sus tesoros, se sumerge en el fango, que a veces llega hasta más arriba de las rodillas. Con paciencia y cuidado, desentierra una a una las pianguas que se cruzan por sus manos. Con cada concha que extrae, verifica su tamaño. «A las bebés hay que regresarlas”, dice Magnolia con firmeza, devolviendo al lodo las que aún no han madurado. Así continúa con su laboriosa tarea, consciente de su carrera contra el tiempo y la marea creciente que pronto cubrirá el manglar.
Tras algunas horas de ardua recolección en un trabajo que podría fácilmente ser un deporte olímpico, regresa a la orilla. Es hora de limpiar las pianguas, guardar algunas para el mercado y para vender en su tienda en línea, y entregar el resto a sus hermanas en la cocina.
Un manjar
Las pianguas son conocidas por su sabor único y se utilizan en una variedad de recetas tradicionales, como ceviches, encocados (guisos con coco) y platos de arroz. Son consideradas un manjar en la región y apreciadas en el resto de Colombia. Nada se desperdicia: hasta sus conchas luego se convierten en artesanías.
Una vez que las cocineras terminan, los platos se sirven en restaurantes comunales, formando una cadena de trabajo liderada por mujeres. Todas ellas forman parte de la asociación Raíces del Manglar, y todas son víctimas del conflicto que azotó a Colombia durante más de 50 años.
“La piangua nace del mismo manglar. Es vitamina, tiene hierro, tiene calcio, pero también llora, canta, ríe, baila, es algo mágico y encantador que a la vez nos alimenta. Por eso queremos protegerla no solamente a ella, sino al manglar y al mar que son fuente de vida y todo ese alimento que nos trae nos cuida y nos conecta a todos” dice Magnolia.
Raíces del Manglar es una de las 40 asociaciones e iniciativas verdes que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Colombia, SIRAP Pacífico y otros socios que apoyan a través del proyecto Pacífico Biocultural, financiado por el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF).
El proyecto trabaja para conservar la biodiversidad y las prácticas únicas de la región del Pacífico colombiano, empoderando a las comunidades locales y apoyando la gobernanza ambiental en áreas protegidas. A través de la restauración, la capacitación y el desarrollo de capacidades, la provisión de recursos y el intercambio de conocimientos, la FAO y sus socios protegen el medio ambiente y construyen medios de vida resilientes, reconociendo la profunda conexión entre la naturaleza y la cultura en el Pacífico colombiano.
©FAO/Felipe Rodríguez
La FAO, a través del proyecto «Pacífico Biocultural» financiado por el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF), promueve la sostenibilidad y la comprensión de la interconexión entre la diversidad cultural y biológica.
Papel crucial en la lucha contra el cambio climático
Esta conexión es especialmente vibrante en el litoral. Bosques esmeraldas se encuentran con playas de arena negra, y el cielo y el mar rebosan de vida, desde majestuosas aves hasta vibrantes estuarios. Intrincados laberintos de manglares alrededor de pequeñas islas albergan no solo pianguas, sino también diversas especies de fuentes de alimento de importancia comercial y nutricional, como peces, cangrejos y otros moluscos.
Más allá de su belleza, esta costa salvaje juega un papel crucial en la lucha contra el cambio climático. Los vastos bosques y manglares capturan carbono y protegen las costas de la erosión. También es una región con un patrimonio cultural excepcional, hogar de comunidades afrodescendientes e indígenas cuyas tradiciones reflejan una profunda conexión con la tierra. Sin embargo, estas comunidades enfrentan desafíos persistentes debido a la pobreza, el conflicto y las actividades ilegales, que amenazan sus modos de vida y la salud del ecosistema.
«Las comunidades afrodescendientes, indígenas y campesinas están trabajando activamente con nosotros para proteger y restaurar el medio ambiente y fortalecer la gobernanza local», explica Feder Angulo, facilitador local del proyecto de la FAO en Tumaco, Departamento de Nariño. «Este trabajo es fundamental para la construcción de la paz que es uno de los principios básicos del proyecto. La paz no es solo dejar las armas. La paz significa que las personas se sientan seguras y que vean que sí se puede vivir bien en este territorio de una forma sostenible y responsable».
Restauración comunitaria de manglares
Con el liderazgo del Consejo Comunitario de Bajo Mira y Frontera y el Resguardo Indígena El Gran Sábalo, el proyecto trabaja con estas comunidades para restaurar más de 240 hectáreas de bosques, en particular de manglares.
Años de explotación y el creciente impacto del cambio climático están degradando a estos vitales guardianes costeros. Pacífico Biocultural fortalece la concienzación sobre estas amenazas, brinda capacitación y además ofrece incentivos para actividades de restauración de estos ecosistemas.
«Es el comienzo de un gran proceso autogestionado por las comunidades para restaurar los manglares utilizando especies nativas como el mangle rojo y el mangle nato. Esto contribuye a la seguridad alimentaria, la generación de ingresos y la conservación de la vida y la naturaleza», explica Angulo.
Los manglares, además de almacenar grandes cantidades de dióxido de carbono, son reconocidos por su resistencia tanto a las inundaciones como a la variación de la salinidad en el agua, lo que los convierte también en una herramienta vital para la mitigación y adaptación al cambio climático.
“La restauración beneficia enormemente a nuestra comunidad. Se han talado bosques enteros de mangle, y los animales de los cuales dependemos para sobrevivir han disminuido. Ya no se encuentran pianguas como antes”, explica Pamela Quiñones. “Cuanto más grandes sean los manglares, mejor sirven como escudo para evitar que el mar se lleve nuestras casas”.
©FAO/Felipe Rodríguez
Las comunidades recolectan semillas de mangle y las cultivan en viveros locales. Luego, estas plántulas se llevan en bote a zonas afectadas por la deforestación ilegal o desastres naturales para su restauración.
Paz a través de negocios verdes
El proyecto Pacífico Biocultural también impulsa la construcción de paz en las comunidades a través de negocios verdes y emprendimientos sostenibles como el avistamiento de aves y el turismo de naturaleza. Por ejemplo, el corredor de avistamiento de aves Bird-Mi Turismo que Conecta, en el cual participan seis comunidades multiculturales, previamente afectadas por el conflicto y que se extienden desde el piedemonte hasta la costa de Tumaco.
Dentro de este corredor, el Resguardo Indígena Awá El Gran Sábalo ha fortalecido el monitoreo ambiental de su reserva natural «La Nutria». Ahí, más de 420 especies de aves atraen a visitantes y entusiastas de las aves, y el éxito de la reserva refuerza la rica biodiversidad del corredor.
Unos kilómetros más en dirección a la costa, la comunidad multiétnica de El Pinde, compuesta en su mayoría por madres que perdieron a sus parejas en el conflicto, trabaja en la restauración de las riberas y senderos naturales. Su objetivo es atraer fauna diversa y enriquecer el corredor Bird-Mi. Esta labor no solo les brinda medios de vida alternativos, sino que también promueve la construcción de paz a través del turismo de naturaleza comunitario.
Procacao Tumatay es otro ejemplo inspirador. Esta empresa verde está transformando antiguos terrenos de cultivo de coca, antes dedicados a actividades ilícitas, en campos de cacao. Ahora, los agricultores trabajan juntos para cultivar cacao y luego procesarlo para obtener productos de chocolate de alta calidad, impulsando la cadena de valor.
El proyecto Pacífico Biocultural, a través de estas iniciativas, capacita, invierte y empodera a las comunidades. No solo fomenta la paz y construye estabilidad económica, sino que siembra las semillas de un futuro mejor para la región y el planeta.
Las soluciones de los sistemas agroalimentarios son soluciones para el clima, la biodiversidad y la tierra.
Esta historia es parte de una serie de tres partes sobre soluciones climáticas, de biodiversidad y de la tierra en Colombia. Desde los paisajes áridos de La Guajira, donde el programa SCALA de la FAO apoya la resiliencia climática y la seguridad alimentaria, nos trasladamos hasta la selva amazónica, donde un proyecto del Fondo Verde para el Clima de la FAO lucha contra la deforestación.