Cuando las tormentas otoñales sacuden Kivalina, en la costa noroccidental de Alaska, los fuertes vientos azotan los muros de agua helada de su frágil orilla. Situada a apenas cuatro metros sobre el mar de Chukotka, la isla se inunda con facilidad, y cada vez que el mal tiempo corta las comunicaciones por mar y aire, sus habitantes quedan completamente aislados.

Antaño, cuando llegaban las tormentas, la superficie del mar estaba congelada y el hielo amortiguaba el embate de las olas. Pero con el calentamiento global, el hielo no se forma hasta entrado el invierno y resulta demasiado tarde para proteger Kivalina. Golpeados durante años por los vientos y el agua, la isla y el pueblo que la habita se están literalmente desmoronando, dejando a sus aproximadamente 400 vecinos, en su mayoría esquimales inupiaq, sin otra salida que la de huir.

Según contó Colleen Swan, miembro del gobierno de la localidad, el cambio climático ha hecho de Kivalina un lugar demasiado peligroso para quedarse. “No hay más opciones”, señala esta mujer que lidera los esfuerzos de reubicación. “Tenemos que marcharnos de la isla. Permanecer ya no es una opción”.