TAKUU la isla coralina situada a 250 kilómetros de Bougainville, en Papua New Guinea, se está hundiendo. Desaparece inexorablemente bajo el mar. El cambio climático está arrastrando el atolón a su extinción y a todos sus habitantes a la amarga realidad de perder su hogar.
El dolor de sus 560 habitantes, su incredulidad, su fragilidad ante lo inevitable era ya palpable en 2005, cuando Joanna Wane, profesora de la Universidad de Auckland, entendió que la isla “no podría seguir albergando una comunidad”.
El fatal destino de la isla queda duramente plasmado en Atlas de islas remotas, de Judith Schalansky. Este fragmento refleja el triste y fatídico devenir de Takuu
Los misioneros y los investigadores tienen completamente prohibido poner un solo pie sobre esta isla: los habitantes de Takuu quieren permanecer leales a los suyos y sus creencias. Necesitan la cercanía de los espíritus, quienes hace tiempo levantaron este atolón con los huesos del océano y de los antepasados y que desde entonces protegen la isla, este frágil anillo de arena, que se alza al menos un metro por encima de la superficie del mar.
Las mareas ascienden, el viento no deja de soplar y la isla se está hundiendo. Después de cada tormenta la playa ha menguado, el mar engulle trozos enteros de tierra por la noche.
La culpa la tiene la fricción de las placas tectónicas en constante movimiento y el cambio climático. El mar se adentra cada vez más en la tierra, anega los palmerales y sala las aguas subterráneas, tanto que las plantas de ñame se marchitan y no hay comida suficiente para saciar el hambre de los isleños.
Los ancianos no creen que Takuu se vaya a hundir y se niegan a abandonar la isla, intentan construir diques, amalgaman raíces, arenisca y piedras para formar masas fangosas y compactas que depositan en las orillas más amenazadas por el mar; también rezan a los espíritus y piden ayuda a los antepasados.
Los jóvenes no se paran a pensar, ni en el futuro ni en el pasado, y día tras día beben leche de coco fermentada por el sol. De las ramas de los árboles cuelgan innumerables botellas de plástico para producir el licor.
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