En 1970, las Naciones Unidas identificaron tres megaciudades. Este número aumentó a 10 en 1990 y a 28 en 2014. Según las proyecciones, habrá 41 megaciudades en 2030, muchas de ellas ubicadas en los países menos desarrollados. A lo largo de la historia, estas ciudades con frecuencia han carecido tanto del tiempo como de los medios para desarrollar servicios urbanos, incluyendo el acceso al agua, el saneamiento y el drenaje de las aguas pluviales. Esta situación crea profundas vulnerabilidades y complejos desafíos. Es por lo tanto esencial que las megaciudades compartan sus experiencias para desarrollar servicios que satisfagan las necesidades de sus habitantes.

“Este libro es un hito en el proceso de creación de una alianza de megaciudades en favor del agua frente al cambio climático, con la que la UNESCO está muy comprometida a través de su Programa Hidrológico Internacional (PHI)” explicó Irina Bokova, Directora General de la UNESCO. “Las megaciudades simbolizan el principio de la «limitación creativa», en la que situaciones infinitamente complejas estimulan la movilización de un número importante de competencias, expertos e iniciativas para hacerles frente. En esta nueva era de límites en la que hemos entrado – límites de nuestros recursos, límites de nuestro planeta – la inventiva humana y el respeto a la dignidad de cada uno, representan nuestros recursos renovables por excelencia. Tenemos que liberar este potencial”.

Las megaciudades deben hacer frente a retos comunes, sin embargo, sus características históricas son muy diferentes. Las ciudades más antiguas, como París, Londres, Nueva York y Estambul, fueron las primeras megaciudades. Cuentan con una larga y lenta historia de inmigración y colonización; también han heredado un sistema que tienen más de 100 años de antigüedad, el cual ha sido ampliado paulatinamente. En Estambul, por ejemplo, la línea de conducción del Grand Melen de 190 km; es la versión contemporánea de la vía fluvial de 240 km que transportaba el agua en la época romana.

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