Este sábado 7 de enero, una marea humana daba la bienvenida al Dakar en La Paz. Las calles de la capital boliviana desbordaban con un público maravillado, bullicioso y, por supuesto, multicolor que se hacía con el recorrido. Los habitantes de la ciudad, encaramados a los camiones de la policía, con las pequeñas tribunas montadas para la ocasión abarrotadas, no se iban a perder este gran momento por nada en el mundo: “Quería verlo”, comenta José Antonio Bozo.
“El Dakar nos permite comunicar con el mundo. Con el fútbol, como mucho hay 38 000 personas en un estadio…”. Para este caballero de 52 años el Dakar “es un milagro que permite integrar a Bolivia en el mundo y ver todas las culturas que representa cada piloto”.
Cerca de la catedral San Francisco, se agitan las banderas frenéticamente, los vítores se suceden al paso de los camiones de asistencia de los competidores. En todas partes, a lo largo de los kilómetros de este recorrido urbano hasta el campamento de la escuela militar se escuchan una y otra vez las mismas palabras llenas de orgullo de los espectadores.
En todas partes están orgullosos de sentirse unidos al mundo entero. “He venido porque vivo a 15 minutos de aquí en Miraflores”, explica Pilar, secretaria de 35 años. “Estoy emocionada y así es como se sienten varias generaciones: mi hijo de 4 años, Benjamín, no habla de otra cosa desde hace varios días…”. Seguro que los competidores también hablarán durante mucho tiempo de esta entrada triunfal en La Paz.