Por: Juan Francisco Molina Moncada, Unimedios Bogotá
Para evitar la pérdida del patrimonio en biodiversidad de estos testigos silenciosos del cambio climático, y prevenir desastres naturales como inundaciones, científicos de la Universidad Nacional de Colombia (UN) alertan sobre la urgencia de implementar iniciativas que frenen la deforestación en estos vitales entornos hídricos del Caribe colombiano.
La reconstrucción de la historia de nueve ecosistemas cenagosos de Cesar y Córdoba, realizada en el Instituto de Ciencias Naturales (ICN) de la UN, aporta evidencias sobre la aceleración de la deforestación a lo largo de sus cuencas en los últimos 200 años.
Para Orlando Rangel, investigador del ICN, las ciénagas y los manglares “garantizan el mantenimiento y equilibrio de los sistemas hídricos, ya que cuando el caudal de los ríos aumenta, las ciénagas almacenan agua previniendo inundaciones. Luego, en la época de menor creciente, el agua regresa a los afluentes”.
Sin embargo, por la deforestación la Tierra está perdiendo su paraguas natural, con lo cual se acelera la erosión; entonces cuando llueve se transportan más materiales sólidos (sedimentos) hasta los ríos, los cuales, a su vez, ya no devuelven agua sino barro, lo que termina taponando las ciénagas.
En 2012, los profesores Rangel y Alexis Jaramillo, del ICN, observaron que la tasa de sedimentación (velocidad a la que las ciénagas se van llenando de material sólido) ha aumentado. Por ejemplo en El Sordo, al sur del Cesar, es de 2,97 cm/año; si la tendencia se mantiene, esta desaparecería en 70 años. En la ciénaga Vaquero es de 1,53 cm/año, es decir que le quedaría una vida útil de 200 años, mientras que en la Morales es de 0,97 cm/año, ante lo cual se taponaría en unos 200 o 300 años.
Primero fueron bosques
En 2016, una de las imágenes que impactó a Yennifer García –doctora en Ciencias-Biología– durante su trabajo de campo fue la impresionante belleza de la Ciénaga Grande de Lorica (Córdoba), la cual se conserva a pesar de la contaminación, transformación y deforestación originadas por el hombre.
Allí, en diferentes puntos del sistema cenagoso como el pantano Cigarro, cerca del municipio de Chimá, al sur de la Ciénaga Grande de Lorica, la investigadora recogió con una sonda rusa (dispositivo en acero inoxidable que permite recuperar sedimentos antiguos) numerosas muestras de sedimento a varios metros de profundidad, que viajaron en frascos herméticamente sellados hasta el Laboratorio de Paleoecología de la UN Sede Bogotá.
Una vez en la capital del país, cada muestra se sometió a un cuidadoso proceso químico con ácidos que desprendieron de la tierra minúsculos granos de polen; su análisis mostró que 7.346 años antes del presente (AP) imperaba un bosque de tierra firme y vegetación inundable que por las temporadas secas se fue convirtiendo en un sistema pantanoso.
La tendencia cambió hace 6.570 años AP, cuando el pantano fue ganando territorio con respecto al bosque y la vegetación acuática se consolidó en una época húmeda, según señala el polen analizado. Estos resultados indican el desarrollo de un ambiente que los expertos llaman “espejo de agua de las ciénagas”, es decir una especie de lago o charco.
Tal dinámica se mantuvo hasta el siglo XVIII, cuando se presentó el último pico del bosque; a partir de ese momento, aunque la tendencia climática no cambió, dicho ecosistema presentó una dramática caída que marcó el inicio de su desaparición.
Este mismo fenómeno, aunque en menor medida, ha sido observado por los investigadores en los últimos 200 años en ciénagas como Mata de Lata (Ciénaga Grande de Lorica), Vaquero, Juncal, Morales y Costilla, en el sur del Cesar. Por el contrario, el bosque se mantiene en ciénagas como Castañuelo y Explayao (Ciénaga Grande de Lorica), además de Musanda, también al sur del Cesar.
Al respecto, la bióloga García señala que “a lo largo de la historia los cambios han dependido de múltiples variables. Nuestro estudio no se enfocó en una época específica, pero vemos que el incremento de la deforestación en los últimos años y el auge de las obras civiles ejecutadas por el hombre coinciden con el fuerte proceso de colmatación de las ciénagas”.
Amenazados por el mar
Los científicos dedicados a la paleoecología hablan de un cambio que sucedió hace 800 años como si se hubiese dado hace unas horas, o incluso hace unos minutos; esta disciplina reconstruye la historia de los ecosistemas y las transformaciones que se dan por cambios de clima como lluvias, sequías, avalanchas e inundaciones.
En ese contexto, con las rápidas transformaciones que se han dado en los últimos 200 años, y las que se proyectan, no solo peligran las ciénagas sino también los manglares.
La colonización de estas comunidades vegetales –establecidas en ambientes con presencia de agua dulce (ríos) y agua salada (mares)– se consolidó, “apenas”, entre los siglos VI y XII en varias regiones costeras del país como Neguanje, en el Parque Nacional Natural Tayrona; la laguna de Camarones, en La Guajira; La Caimanera, en Sucre, y Cispatá, en Córdoba. Una de las razones de su surgimiento fue que el nivel del mar subió en estas zonas, donde las condiciones continentales del territorio dieron paso a la influencia marítima.
Sin embargo la bióloga García señala que la línea del manglar empezó a disminuir en Neguanje hace unos 170 años AP: “inicialmente esta situación se podría asociar con un descenso del nivel del mar, pero cabe recordar que en aquella época se incrementó la actividad del hombre, y por lo tanto se empezó a extraer la resistente madera del manglar para la construcción”.
Una barrera natural
La historia de los cambios naturales en los ecosistemas estudiados por los investigadores del ICN es muy variada y las tendencias pueden ser completamente opuestas a pocos kilómetros de distancia. Así lo demuestra la investigación realizada por Julián David Beltrán, magíster en Ciencias-Biología, en la Ciénaga La Caimanera, ubicada entre Tolú y Coveñas, en Sucre.
El análisis de sedimentos con el acercamiento paleoecológico indica que hace unos 3.000 años AP predominaba una ciénaga de agua dulce. Sin embargo, al documentar también dos especies de crustáceos y moluscos más afines con aguas saladas, que datan de aquella época, se documenta que el panorama empezó a cambiar cuando el territorio sufrió una metamorfosis que lo convirtió en manglar, y por ende le concedió condición marina hace 700-800 años (aproximadamente siglo XII), la cual perdura en la actualidad.
Otro de los hallazgos del estudio del magíster es el aumento del nivel del mar en La Caminera, con un incremento de los manglares en los últimos años frente a otros tipos de vegetación. Pero esta observación no implica un parte de tranquilidad: “tanto los archivos históricos como los pobladores de la zona dan cuenta de que el bosque de manglar se ha reducido en comparación con lo que era hace unos años, cuando cubría todo el golfo de Morrosquillo, donde se ubica La Caimanera”, advierte.
Dicha reducción es preocupante, ya que este ecosistema protege la línea costera, es decir que sirve como “barrera natural” ante el incremento del nivel del mar, fenómeno que seguirá sucediendo en los próximos años por el derretimiento de los casquetes polares producido por el calentamiento global. De hecho, una investigación de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (noaa, por sus siglas en inglés) estima que el cambio climático podría elevar los océanos 2,4 metros en promedio para 2100, unos 20 centímetros más que un cálculo anterior publicado en 2012.
Al respecto, el biólogo José Ernesto Mancera Pineda, profesor de la UN Sede Caribe, señaló en octubre de 2016, en UN Periódico, que “el carbono que retienen los manglares en su biomasa y sus sedimentos permanece inmovilizado por miles de años, lo cual es muy importante para controlar el cambio climático, pues así estos contribuyen a mitigar emisiones de gases de efecto invernadero. Con la pérdida del manglar se afecta la posibilidad de retener dióxido de carbono por largo tiempo”.
Amenazas latentes
Una de las consecuencias del cambio climático se percibe durante la época de lluvias, cuando es más común ver imágenes de calles y casas inundadas por los arroyos que transitan por sus cauces históricos. De hecho, el Instituto Geográfico Agustín Codazzi (Igac) alertó que el 21,3 % del territorio nacional presenta alguna susceptibilidad de sufrir derrumbes e inundaciones. Los departamentos más vulnerables en la costa Caribe son Bolívar, Cesar, Córdoba y Magdalena.
“Este retrato nos recuerda a cada instante que Colombia es un país muy vulnerable al cambio climático, y que en consecuencia debemos tener en cuenta los desajustes en las épocas tradicionales de lluvias, que se asocian con este fenómeno”, comenta el profesor Rangel.
Entretanto, a través de Aqueduct, simulador desarrollado por el profesor Andrés Díaz, integrante del Grupo de Investigación Ingeniería de Recursos Hídricos de la UN, se estimó que hacia 2030 se proyectan pérdidas por 1,3 billones de pesos por inundaciones, que a su vez podrían perjudicar a unas 255.700 personas y cobrar unas 218.000 vidas en todo el país.
Además, según el Instituto de Investigaciones Marítimas y Costeras, el nivel del mar Caribe ha ascendido entre 15 y 22 centímetros en los últimos 100 años. De continuar esta tendencia, el 17 % del Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina podría desaparecer en 2100.
Para los investigadores del ICN, el reto es que el Gobierno, la academia, las empresas y las comunidades trabajen conjuntamente en la definición de estrategias de protección para ecosistemas como las ciénagas y los manglares, un patrimonio que presta importantes servicios a la sociedad y a la biodiversidad de la región.
En esa línea avanzan los estudios realizados por el grupo de investigación en Biodiversidad y Conservación de la Facultad de Ciencias de la UN, cuyos resultados permiten no solo comprender el pasado de las ciénagas y los manglares del país, sino también evidenciar la urgencia de transformar su futuro como testigos de primera mano del cambio climático.
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