Por Erik Solheim, Director Ejecutivo de ONU Medio Ambiente.

Para los amantes de los mariscos es una bonanza. Miles de cangrejos azules apilados uno encima del otro en las aguas poco profundas de la bahía de Chesapeake son una presa fácil para los que están en busca de la cena. El fenómeno llena los estómagos con tanta alegría que los lugareños lo llaman el «aniversario del cangrejo». Pero este festín enmascara una realidad sombría.

Durante décadas, el estuario más grande de Estados Unidos, que está alimentado por más de 150 ríos y arroyos de cuatro estados, ha sido tratado como una gran alcantarilla. Pesticidas, productos farmacéuticos, excretas y metales pesados de hogares, granjas y fábricas corren por los ríos que alimentan la bahía, contaminando un tesoro nacional con un cóctel mortal de toxinas y exceso de nutrientes.

En promedio, alrededor de 350 millones de libras de nitrógeno y fósforo, la mayoría de los cuales provienen de granjas, llegan a esta costa cada año. Los nutrientes adicionales en el agua causan floraciones masivas de algas que impiden que el sol llegue al fondo de la bahía. Cuando las algas mueren y se pudren, chupan el oxígeno del agua, y sofocan la vida: los peces, las hierbas marinas y los cangrejos se quedan sin oxígeno. Por eso, el «jubileo» del cangrejo es un nombre inapropiado. De hecho, este fenómeno es un éxodo de criaturas que intentan desesperadamente escapar de la «zona muerta» de la bahía.

Cientos de zonas muertas como ésta existen en todo el mundo y han transformado grandes partes de nuestros océanos, mares y cursos de agua en desiertos subacuáticos desprovistos de vida. El segundo más grande de estos desiertos se encuentra en el Golfo de México, cuyas aguas sin oxígeno amenazan con devastar a una región que abastece a Estados Unidos con 40% de sus productos del mar.

Las zonas muertas que se extienden a lo largo de nuestras costas son producto de cómo hemos visto al medio ambiente. Durante demasiado tiempo, hemos utilizado nuestra agua, tierra y aire como vertederos. Hoy estamos lidiando con las consecuencias.

Cientos de zonas muertas existen en todo el mundo y han transformado grandes partes de nuestros océanos, mares y cursos de agua en desiertos subacuáticos desprovistos de vida.

El petróleo, los metales pesados, el plástico y los pesticidas contaminan los océanos y el suelo del mundo, haciendo que sea más difícil y más caro alimentarnos. La quema de combustibles fósiles ha convertido el aire que respiramos en una sucia mezcla de gases dañinos y pequeñas partículas que se alojan en lo profundo de nuestros pulmones, lo que provoca la muerte prematura de aproximadamente 200,000 estadounidenses cada año y daña la salud de muchos más. Todos estamos afectados por esto: ya sea por el aire contaminado que respiramos, el agua contaminada que bebemos o los alimentos con productos químicos que comemos.

Muchos creen que luchar contra la contaminación significa que tendremos que frenar el crecimiento económico. La verdad es que es exactamente lo opuesto. No abordar la contaminación perjudica el crecimiento económico porque daña las industrias clave, destruye los medios de vida de las personas, intensifica el cambio climático y cuesta miles de millones de dólares remediarlo. De hecho, la caída del costo de la energía de fuentes renovables como el viento y el sol ya demuestra que es posible revertir la contaminación en nuestro aire sin ralentizar el crecimiento económico. Los países que lideran el reemplazo de los combustibles fósiles  y caminan hacia economías más sostenibles y eficientes en el uso de los recursos, con menos desechos, cosecharán los beneficios económicos y ambientales de la revolución energética actual.

Aquellos que opten por no seguir este camino se quedarán atrás con una factura de limpieza que aumentará al ritmo de la contaminación que generan. Cuando destruimos los ecosistemas que nos sustentan, cuando contaminamos el agua, el aire y la tierra con metales pesados, productos químicos tóxicos y partículas dañinas, paralizamos nuestra salud y nuestras economías, y contaminamos las vidas de nuestros niños.