Muchos de nosotros volvemos la vista atrás a nuestra infancia y recordamos momentos felices. Pero para más de 150 millones de niñas y niños de entre 5 y 17 años en el mundo, la infancia es otra cosa: pobreza, carencia de estudios y largas jornadas de trabajo en condiciones peligrosas.
El trabajo infantil se define como aquel que no es apropiado para la edad de un niño, o de forma más específica, el trabajo que afecta la educación de un niño o que puede dañar su salud, seguridad o moralidad.
Alrededor del 70% de todos los niños que trabajan lo hacen en el sector agrícola (cultivos, ganadería, silvicultura, pesca o acuicultura), con un aumento del 12% –10 millones más de niñas y niños– desde 2012. Evidentemente no es un problema fácil de erradicar, pero se trata de una cuestión que debemos abordar para proteger el bienestar de millones de niños.
Los niños deben poder realizar plenamente sus derechos a la educación, al esparcimiento y el desarrollo saludable. Esto, a su vez, les dará la base esencial para lograr un mayor desarrollo social y económico, la erradicación de la pobreza y el respeto de los derechos humanos.
Pero el trabajo infantil es un problema complejo.
Entre los factores clave que contribuyen al trabajo infantil en las áreas rurales figuran los bajos ingresos familiares, las escasas opciones de medios de vida, acceso deficiente a la educación y una aplicación limitada de la legislación laboral. Muchas familias y comunidades consideran que no tienen otra opción que emplear a sus hijos en la agricultura para poder satisfacer sus necesidades de alimentos e ingresos. De hecho, se estima que dos tercios de los niños trabajadores agrícolas lo hacen en explotaciones familiares o junto a miembros de la familia.
Para abordar adecuadamente el trabajo infantil, es importante que entendamos que no todo el trabajo en la agricultura que realizan los niños se considera trabajo infantil. Algunas actividades les ayudan a aprender valiosas habilidades agrícolas y experiencias que pueden usar como adultos; a desarrollarse socialmente y a conservar creencias y prácticas culturales, al tiempo que contribuyen a su propia supervivencia y seguridad alimentaria.
El derecho internacional toma en cuenta estas situaciones siempre que las tareas del niño sigan unas cuantas reglas importantes. El menor debe tener al menos 13 años (o 12 años en algunas economías en desarrollo) para poder ayudar, y si lo hace, debe ser por un tiempo limitado cada semana, solo en trabajos no peligrosos, y tiene que seguir asistiendo a la escuela.
Además, una vez que un niño ha alcanzado la edad mínima legal para trabajar –que por lo general es a los 14 o 15 años de edad– se le permite hacerlo, pero aun así, nunca en un contexto considerado peligroso.
Para muchos niños, el trabajo en actividades agrícolas rebasa los límites de su seguridad y bienestar, y traspasa la línea hacia lo que se considera trabajo infantil.
Los niños que trabajan se enfrentan a diversas consecuencias negativas que se derivan de un trabajo que es demasiado difícil o excesivo para su edad y capacidad. La discapacidad física o un trauma mental o emocional –junto con la carencia de educación–, pueden poner a estos niños en situación de gran desventaja para el futuro. Sus opciones para cambiar a otros medios de vida se verán reducidas por no haber tenido acceso a los recursos que necesitaban para disfrutar de una infancia segura, sana y equilibrada.
El trabajo infantil no solo prolonga el ciclo de pobreza para los niños afectados, sino también para sus familias y comunidades. Sin educación, es probable que estas niñas y niños sigan siendo pobres, perpetuando su situación y, en última instancia, socavando los esfuerzos para alcanzar una seguridad alimentaria sostenible y acabar con el hambre.
Dentro de su estrategia más general para eliminar el trabajo infantil en la agricultura, la FAO promueve esfuerzos para aumentar los ingresos de las familias rurales, a fin de que tengan los medios para enviar a sus hijos a la escuela en lugar de que trabajen. La FAO y sus socios ayudan también a desarrollar la capacidad global de los gobiernos y ministerios de agricultura, para que estén mejor preparados para hacer frente a la compleja cuestión del trabajo infantil.
Promover y hacer que se cumplan las medidas contra el trabajo infantil a nivel global, es la única forma de proteger a los niños del mundo, y a través de ellos, nuestro futuro común.