Hace un par de años, el equipo de docentes de la ONG Amartya tuvo un sueño: construir una escuela diferente, que estuviera hecha con materiales reciclados y utilizara la energía del sol, del agua, del viento y de la tierra para satisfacer sus necesidades básicas. Hoy esa escuela es una realidad, se encuentra en Mar Chiquita, un pequeño municipio al sur de Buenos Aires, y se ha convertido en todo un símbolo del espíritu del cambio en Argentina. “Tenemos la costumbre de pensar que los sueños no se pueden cumplir, pero eso no es verdad. Con el apoyo de toda la comunidad educativa del municipio de Mar Chiquita hemos conseguido levantar la primera escuela cien por cien autosuficiente de Argentina”, aseguran los responsables del proyecto.
La nueva escuela no es sólo autosuficiente en agua, saneamiento, energía y calefacción, sino también es un proyecto educativo que pretende dejar una huella ambiental en todos los actores locales que han participado en la construcción del edificio (organizaciones sociales, administraciones públicas y empresas privadas) o bien están disfrutando de este centro día a día (alumnos, maestros y familiares). “La escuela nos va a enseñar a vivir de otra manera. Construir y habitar un edificio de estas características es una oportunidad única para educar a niños y adultos en la sostenibilidad a través de experiencias reales y positivas”, señalan los promotores de la idea.
La escuela Nº 12 de Mar Chiquita abrió sus puertas el pasado mes de junio y el día de su apertura asistieron a clase un total de 60 alumnos. Pero por estas aulas pasarán muchos otros niños y niñas de la zona. El centro nace con la intención de ser un referente de educación ambiental en la comarca que cuenta con más de 6.500 escolares de entre 6 y 12 años de edad. “Hay que enseñar a la gente la lógica del planeta, que no tiene nada que ver con el mundo de las finanzas ni con el mundo de la política, sino con el mundo del planeta y de la tierra”, puntualiza Michael Reynolds, el arquitecto responsable de la construcción del edificio.
Este arquitecto es el máximo exponente de la llamada ‘biotectura’, un término que acuñó él mismo cuando intentaba explicar a sus colegas de profesión el tipo de arquitectura que había comenzado a realizar en su tierra natal, Nuevo México (Estados Unidos), a principios de los años 70, donde utilizaba latas de cerveza a modo de “ladrillos” entre otros residuos presentes de manera cotidiana en nuestras vidas.
La obra de Reynolds se caracteriza por el uso de materiales reciclados. 2.000 neumáticos fuera de uso, 14.000 latas de aluminio, 2.000 metros cuadrados de cartón y 8.000 botellas de vidrio y plástico componen el 60 % de todos los materiales de construcción utilizados para levantar la escuela de Mar Chiquita. Cada uno de los residuos empleados cumple su función: unos sirven de aislamiento, otros hacen las veces de lucernario y unos terceros ayudan a mantener la temperatura constante en el interior del edificio.
Según Michael Reynolds, las cubiertas de caucho rellenas de arena compacta son “uno de los mejores materiales que se puedan utilizar para la construcción de un muro de contención”, debido a su gran resistencia e inercia térmica. “Si uno viniera de otro planeta podría pensar que los neumáticos son un recurso natural muy valioso. Y en cierta medida tendría razón, ya que los encontramos en abundancia en todas partes, formando montañas de residuos o en el fondo del océano”, bromeaba el arquitecto norteamericano en la presentación del proyecto, antes de asegurar que deberíamos desterrar la palabra BASURA de nuestros diccionarios.
Las cubiertas también ponen en marcha un ingenioso sistema de recolección de agua de lluvia proveniente del techo que, a partir de una secuencia de caños, permite la circulación de aire fresco en las clases durante el verano. En invierno, los caños pueden cerrarse y el calor provocado por el efecto invernadero climatiza las aulas de los escolares.
El edificio cuenta con 300 m2 de planta y utiliza paneles fotovoltaicos para la generación de electricidad. Además, aprovecha el agua de lluvia para consumo humano, aseo personal y riego de huertas, impulsando así la producción propia de alimentos. Por último cuenta con un tratamiento de aguas negras que incluye un pozo séptico creado con materiales de reciclado (en este caso neumáticos de tractor) y un humedal en el exterior del edificio.
El proyecto UNA ESCUELA SOSTENIBLE no termina en Mar Chiquita, como tampoco lo hizo en su momento en Jaureguiberry, otro centro educativo 100 % autosuficiente que se inauguró en Uruguay hace dos años. Seguirá vivo en otras partes del mundo, con otros embajadores y cumpliendo otros sueños, conscientes de que el desarrollo sostenible debe ir acompañado de “cambios en la mentalidad, los valores y el estilo de vida de las personas”, tal y como sostiene la UNESCO en un reciente informe.
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