A las comunidades indígenas se les ha impuesto una forma de vida: la nuestra. Se trata de una imposición de grandes magnitudes y que abarca muchas dimensiones, desde filosóficas hasta epistémicas, pero que termina impactado moleculares aspectos del día a día.
Uno de ellos es en el de los objetos de uso cotidiano. Desde hace mucho, el plástico ha usurpado el lugar que antes tuvieran otros objetos, utilizados para funciones tan fútiles como envolver las tortillas o tomar agua. Algo sin duda paradójico, pues si algo no existía en la concepción indígena era el mantra moderno de “usar y tirar”.
En la concepción maya, como recoge la poetisa mayense Briceida Cuevas, no hay objetos. Todas las “cosas” tienen vida.
Lo que nosotros llamamos “cosas” son para los indígenas parte de un todo: de la naturaleza. Y son producto de algo vital: el trabajo de mujeres y hombres. Son, en suma, algo vivo desde su génesis, y que se mantiene con vida al estar en continua relación con nosotros y el mundo.
No extraña por ello que comunidades mayas de Guatemala estén poniendo un ejemplo más del buen vivir al rebelarse contra el plástico.
San Pedro la Laguna, municipio al occidente de Guatemala poblado por la etnia Tzutujil, es el primero donde está prohibido el uso de plásticos en el país. Esta legislación comunitaria, llevada adelante por el alcalde Mauricio Méndez, es una excusa para recuperar las practicas ancestrales que el plástico fue dejando tras de si.
Por ejemplo, ahora se usan servilletas con bordados para envolver las tortillas, en lugar de las miles de bolsas plásticas que se utilizaban. De la misma manera, se han sustituido otro tipo de empaques por hojas de plátano.
Esta conciencia indígena contemporánea surge de una cuestión muy concreta: la imposición no logró matar ni a la tradición ni a la cosmovisión.
Los pueblos originarios, como habitantes de la naturaleza, mantienen todavía profundos lazos con ésta, y son más conscientes del daño que el plástico y la contaminación le están provocando –por ejemplo, a sus lagos–. Por eso ahora, como desde hace siglos, los indígenas son los protectores de la biodiversidad.
A San Pedro la Laguna se une Totonicapán, un cantón que recientemente se comprometió a dejar de utilizar plástico y está apoyando la implementación de una Política Ambiental que no se quede sólo en el papel, sino que irradie a las comunidades guatemaltecas y transforme los hábitos de sus habitantes.
Por su parte, el municipio purépecha de Cherán, en México, se convirtió en 2016 en el primer municipio 100% libre de basura, consiguiendo reciclar todos los residuos inorgánicos.
Así, estos pueblos marcan el paso rumbo un mundo libre de plástico pero, además, ponen el ejemplo de que relacionarnos de otra manera con el medio ambiente es posible, no necesariamente innovando, sino volviendo a tradiciones y prácticas ancestrales de infinita sabiduría.