Las ciudades son una suerte de antítesis de la naturaleza, pero eso no necesariamente tiene que ser así. Muchos hábitats urbanos están demostrando que es posible reconciliar a la ciudad con la naturaleza. Un ejemplo inspirador se encuentra en Copenhague, donde se ha cultivado una conciencia verde que ha transformado los hábitos de quienes habitan esta ciudad nórdica, y con ello todo su entorno.
Uno de los tantos cambios que se han operado en Copenhague fue el de hacer obligatorias las azoteas verdes. Esto asegura el aprovechamiento de un espacio que normalmente es desperdiciado, para generar aire más limpio. Pero no sólo esto: está comprobado que los espacios verdes generan felicidad y reducen el estrés. Por eso, esta ciudad también se propuso plantar 100,000 nuevos árboles para 2020, como reportó la BBC en 2015,
Plantar árboles debe convertirse en una política pública
de toda ciudad comprometida con sus habitantes y con el medioambiente.
Medidas como las anteriores no son en absoluto descabelladas. Al contrario, porque no requieren grandes inversiones y tienen decenas de beneficios, tanto a corto como a largo plazo.
Y es que no podemos olvidar que en hacer nuestras ciudades más verdes y sustentables nos estamos jugando también el futuro. No sólo porque los árboles ayudan a absorber decenas de kilos de CO2, ni porque por cada 10% de incremento en densidad arbórea se reduce entre 3 y 7% de ozono, según Smart Cities Dive –lo que nos provee de aire más limpio–. Y ni siquiera porque una mayor cantidad de árboles y plantas nativas puede salvar a los insectos polinizadores de la extinción.
Sumado a todo ello, lo más importante de plantar árboles en una ciudad radica, en realidad, en que así podemos cerrar la brecha entre nosotros y la naturaleza.
Es una cuestión casi filosófica que involucra el modelado de la conciencia colectiva, tanto para vivir mejor en el aquí y el ahora como para planear el futuro que queremos. Plantar más árboles, tener una ciudad más verde, es sólo el primer paso hacia sociedades más sustentables y resilientes, cuyos habitantes entenderán la radicalidad que hay detrás del simple acto de plantar una semilla. Porque si no empezamos por ahí, quizá nos quedaremos dando vueltas en círculos en lo que concierne a las políticas medioambientales, que por sí solas no pueden hacer el cambio. Un verdadero cambio requiere de una sinergia colectiva que el acto de plantar árboles puede empezar a operar.
* Imagen principal: Smart Magazine
ecoosfera.com