En la Amazonía peruana se alza un árbol de más de 20 metros de altura que revaloriza los bosques: la shiringa. El látex que se extrae de su interior ofrece a las comunidades indígenas de la Reserva Comunal Tuntanaín una oportunidad para innovar, desde sus saberes ancestrales, nuevos medios de vida que sean resilientes a la crisis climática.

«Voy a trabajar con la shiringa hasta que me muera. Me da mucho gusto porque este trabajo no mata el cuerpo. Por eso quiero que mis hijitos y mi esposa aprendan», dice a dpa, Geremías Apikai, del pueblo indígena awajún que trabaja con este árbol desde 2015.

A sus 54 años, Apikai vive en la comunidad Datem Entsa, en Tuntanaín, un territorio donde las comunidades han emprendido un modelo de gobernanza que revoluciona su relación con el Estado peruano y las empresas. En 2019, este modelo las hizo merecedoras del Premio Ecuatorial, un reconocimiento a las soluciones innovadoras de 22 comunidades locales e indígenas en todo el mundo.

Como parte de sus actividades ancestrales, los shiringueros extraen el látex —líquido lechoso conocido como el «oro blanco» de la Amazonía— para crear láminas y cuero vegetal, con los que se fabrican chaquetas, calzado, mochilas e incluso neumáticos.

En Datem Entsa, una de las 23 comunidades de Tuntanaín, son tres las familias que trabajan con el caucho natural. Apikai destaca por su entusiasmo y dedicación.

«Tengo 46 arbolitos nomás porque no soy de acá. Quiero sembrar (la shiringa) en mi chacra para mis hijitos y mis nietos. Esa es mi visión»,

dice a dpa Apikai mientras revisa la corteza de una de sus shiringas, árboles que también crecen naturalmente en los bosques de Brasil, Colombia y Bolivia.

Apikai fue el primero de su comunidad que en 2015 se integró al trabajo impulsado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (SERNANP), a través de EBA Amazonía, para construir resiliencia en las comunidades indígenas mediante medios de vida innovadores y resilientes al clima.

La clave para el manejo sostenible de la shiringa es tratar al árbol con cuidado y paciencia. Alejandro Wisum, awajún de 62 años, tiene 135 árboles y está aprendiendo la primera fase del proceso: cómo cortar con una rasqueta especial la corteza para extraer el látex.

«Poco a poco aprendo todo, a trabajar la shiringa, a cuidar nuestro bosque para que no mueran los árboles, ¿sino qué vas a respirar? Si el árbol es grande trae mucho aire», señala Wisum a dpa.

Solo los árboles que superen los tres años de edad pueden ser aprovechados. El corte se realiza suavemente en forma de una «v» en horas de poco sol, cuando no está lloviendo. Tras finalizar la primera etapa, los shiringueros regresan a sus casas y esperan unas 12 horas para que el árbol empiece a soltar el látex.

«De cada árbol pueden salir hasta 150 mililitros por jornada. Cuando termina la extracción, se debe dejar descansar un día entero a la shiringa para no maltratarla. Al tercer día ya se puede volver a cosechar», explica a dpa un especialista del PNUD que asesora a las comunidades.

Cuando se termina de recoger el látex, el shiringuero tiene dos opciones: convertir el líquido blanco en láminas, que son vendidas por peso a empresas en Lima, o en cuero vegetal, con el que aprenden a producir carteras y mochilas.

El esfuerzo ha dado grandes frutos, no solo para las mismas comunidades sino para otras. El modelo de gobernanza territorial, pensado desde Tuntanaín, ha creado un nexo innovador entre las comunidades, el Estado peruano y las empresas, movilizando un financiamiento integrado 13 millones de dólares para conservar esos ecosistemas. 

Esta experiencia, reconocida por el Premio Ecuatorial 2019, es inspiración para otras comunidades en su lucha contra el cambio climático. La producción de la shiringa y otras emprendidas en este modelo son ejemplos de que se pueden aprovechar los bosques sin deforestar y, por el contrario, promover su cuidado: la base de la cosmovisión para los pueblos indígenas de la Amazonía.

Footnotes:Texto: Rosmery Cueva (DPA) / Edición: Sally Jabiel / Fotos: Giulianna Camarena // PNUD Perú

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