Para que los cantos del batará rayado y del hormiguero ventriblanco se sigan escuchando al sur del Huila, se debe reforzar la siembra de arbustos y matorrales, especies vegetales afectadas por la drástica transformación del ecosistema, provocada por la construcción de la represa de El Quimbo.

A las 4:30 de la mañana, desayunado y ataviado con binóculos, parlante, papel, lápiz y una gorra para protegerse del sol, el biólogo Camilo Loaiza Gómez, estudiante del Doctorado en Ciencias – Biología de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), esperaba puntual el jeep que lo trasladaba hasta el lugar de partida de un recorrido por 186 puntos, previamente seleccionados, única y exclusivamente para observar aves.


¿Qué lo motivó a madrugar? Que no se trataba de cualquier tipo de ave ni de observación; entre 2018 y 2019, él le siguió la pista al hormiguero ventriblanco (Myrmeciza longipes), al batará rayado (Thamnophilus doliatus) y al pijuí pechiblanco (Synallaxis albescens), porque, además de que la base de su alimentación son los insectos, el estudio de su abundancia o escasez serviría para establecer qué tan “saludable” es el hábitat del bosque seco tropical que rodea la zona de la represa de El Quimbo, al sur del Huila.


El investigador Loaiza explica que “los bosques secos tropicales son aquellos que crecen en áreas que no reciben lluvia durante muchos meses del año. Concretamente, el del Alto Magdalena se considera como uno de los ecosistemas más degradados, fragmentados y poco conocidos de Colombia y del mundo. Por eso los estudios sobre la calidad de sus hábitats son relevantes para tomar decisiones de manejo y conservación, especialmente durante un proceso de restauración ecológica”.


Afirma además que “las aves son fundamentales en el control de las plagas que se generan en las áreas rurales: cuando hay un declive de su presencia se presenta un incremento de las poblaciones de insectos y plagas, de ahí la importancia de procurar un equilibrio”.

El suyo fue el primer trabajo doctoral desarrollado en la zona de restauración ecológica del bosque seco tropical de la Central Hidroeléctrica El Quimbo, conformada por cerca de 11.000 hectáreas. Desde 2014 la Fundación Natura desarrolla el Plan de Restauración que finalizará en 2038, cuando la zona será entregada al Estado colombiano.
 

En 2009, el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Colombia le exigió a Enel-Emgesa –empresa de energía eléctrica constructora de la represa– comprar una zona de bosque seco tropical aledaño al embalse como medida de compensación por la sustracción de los terrenos necesarios para la construcción del proyecto, los cuales formaban parte de la Reserva Forestal de la Amazonia.
 

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Comunicaciones oficiales de la Fundación señalan que en dicho terreno se desarrolla un proceso de restauración necesario por la histórica degradación del bosque seco tropical y por las presiones generadas por la construcción y el funcionamiento de la represa.


“Durante la búsqueda de información de la zona en fuentes documentales, confirmé que esta tiene una historia de agricultura y ganadería intensa hasta los años 80, debido a una historia reciente de colonización, que en la actualidad la detectamos en varias fincas abandonadas”, relata el biólogo Loaiza.
 

Playback y observación pasiva


Considerandolas condiciones del lugar, el investigador pudo haber escogido aves frugívoras e insectívoras; sin embargo, en un bosque seco tropical la estacionalidad es muy fuerte y los patrones de fructificación varían, lo que hubiera impedido realizar una evaluación de su hábitat a lo largo de un año. Las insectívoras residentes se encuentran durante todo el año.


De igual manera señala que otros estudios han determinado que las aves del sotobosque, es decir aquella variedad de vegetación que crece en las zonas más cercanas al suelo –en un rango de entre los 0 y 3 m– son sensibles a los disturbios ambientales.
 

“Las aves son fundamentales en el control de las plagas que se generan en las áreas rurales; cuando hay un declive de su presencia se presenta un incremento de las poblaciones de insectos y plagas, de ahí la importancia de procurar un equilibrio”.


Después de definir el grupo, el siguiente paso revisar un inventario de aves en la zona. Para ello se apoyó en la línea base de biodiversidad elaborada por la empresa constructora para la licencia ambiental, escogió 10 especies y en la primera salida de campo –apoyada en el conocimiento y la experiencia de conocedores locales vinculados como auxiliares de campo con la Fundación– seleccionó tres.
 

“Para ese día preparamos sonidos de cantos de hormiguero ventriblanco, batará rayado y pijuí pechiblanco, para ver si estaban distribuidos a lo largo del área de estudio. Con binoculares y altavoz en mano transmitimos los cantos y así determinamos que efectivamente tales especies eran residentes en el área, por lo que sería posible realizar una evaluación de abundancia, calidad de hábitat y análisis de la arquitectura de las plantas, todo esto en un rango de entre 700 y 1.300 msnm”, relata el investigador.
 

Así cantan las aves insectívoras opitas1

  • El batará rayado: emite una serie sonora y rápida de notas nasales que se aceleran y que se asemejan con una carcajada. Cuando el macho canta eriza la cresta y abre la cola, la hembra puede hacerle eco, con un canto más agudo y en general, más corto.

  • El canto, sonoro y oído con frecuencia del hormiguero ventriblanco es un crescendo rápido y campanillado que al final se apaga.

  • El pejuí pechiblanco puede ser localizado por sus repetitivas llamadas que suenan como güitio, a lo que debe su nombre común en algunos lugares.

Para el desarrollo del trabajo el biólogo definió 186 puntos o parcelas de conteo y dividió el área en 3 zonas según su estado de conservación (alta, media y baja) y ajustó modelos lineales generalizados (GLM) con el fin de evaluar las relaciones entre la abundancia y las variables de microhábitat y paisaje.
 

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Para evaluar la calidad de hábitat utilizó un índice de adecuabilidad del hábitat (HSI), y para definir los modelos arquitectónicos de las plantas registró las especies vegetales dominantes en cada parcela, les tomó fotos e identificó su modelo por medio de una clave sinóptica (herramienta que permite agrupar las especies de plantas), basada en un análisis de la arquitectura disponible para árboles de zonas tropicales y templadas.


Entre junio de 2018 y julio de 2019 el investigador realizó 8 salidas de campo de entre 15 y 20 días cada una, visitó los puntos 3 veces tratando de abarcar todas las épocas climáticas: lluviosa, seca y de transición.


“Las visitas se realizaron entre las 6 y 11 de la mañana y las 3 y 6 de la tarde. En cada punto llevábamos binoculares, durante 10 minutos realizamos observación pasiva y poníamos los sonidos durante otros 10 minutos para detectar la presencia de las aves”, explica.

La Central Hidroeléctrica El Quimbo está situada en el Huila, sur de Colombia; su construcción empezó en 2010 y su funcionamiento en 2015. Crédito: Fundación Natura
La Central Hidroeléctrica El Quimbo está situada en el Huila, sur de Colombia; su construcción empezó en 2010 y su funcionamiento en 2015. Crédito: Fundación Natura

Más arbustos y matorrales


Según el investigador Loaiza, los resultados mostraron que la abundancia de las 3 especies de aves varió según el tipo de cobertura. Por ejemplo, el hormiguero ventriblanco tuvo mayor abundancia en fragmentos de bosques y matorrales que en arbustales, el batará rayado fue más abundante en arbustales y matorrales que en bosque, y las poblaciones del pijuí pechiblanco fueron mayores en arbustales y menores en bosque.


También destaca que “la abundancia del hormiguero ventriblanco y el pijuí pechiblanco no se diferenció entre las zonas con diferente nivel de disturbio o alteración ambiental, mientras que la abundancia del batará rayado fue menor en zonas con mayor afectación”.


En este caso, con disturbios se refiere a áreas con una historia de actividad humana muy reciente –agricultura y ganadería–, que se puede apreciar con una vegetación en regeneración que se está recuperando.


“En la actualidad, dichas zonas presentan fragmentos de vegetación pequeños con plantas de poca altura; por ejemplo, cuando son áreas que apenas se están recuperando, estas pueden medir entre 2 y 3 m”, explica.


Por el contrario, las zonas con bajo nivel de disturbio son aquellas que llevan mucho más tiempo sin la intervención humana y que hoy se aprecian como fragmentos de bosques más grandes y con vegetación entre 10 y 15 m de altura.


Con respecto a la evaluación de calidad de hábitat, evidenció que para el hormiguero ventriblanco el 38,44 % del hábitat disponible en la zona de estudio presentó baja calidad, es decir que no tiene los recursos ambientales suficientes para el mantenimiento de poblaciones e individuos de la especie.


En ese sentido, propone que “en arbustales y matorrales se realicen procesos de restauración, con el fin de incrementar en ellos estructura del sotobosque para el forrajeo, cobertura vegetal para refugio contra predadores y el clima adverso, y horquetas en el sotobosque para el soporte y la construcción de nidos”.


En relación con el batará rayado, el 39,91 % del área de estudio presentó mala calidad en sitios con baja cobertura de arbustos. Según el biólogo, el proceso de restauración para el hormiguero pechiblanco también beneficiaría el hábitat del batará rayado.


Otro aporte de este trabajo de investigación es un listado con 42 especies de plantas presentes en el área de estudio y su modelo arquitectónico correspondiente, el cual se puede utilizar como insumo para la selección de especies vegetales en el proceso de restauración que se adelanta en la zona.

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