Marta Montojo
Madrid, 11 jul (EFE).- El 79 % de la distancia que recorrieron los buques mercantes -cargueros, portacontenedores o barcos de pasajeros como cruceros o ferris, entre otros-, que navegaron en 2023 por el Corredor de Migración de Cetáceos del Mediterráneo, una región comprendida entre la Península Ibérica y Baleares, lo hicieron a velocidades no seguras para estos mamíferos marinos.
Han pasado seis años desde que el Gobierno declarara por real decreto el Corredor de Migración de Cetáceos del Mediterráneo como área marina protegida, y cinco desde que lo designara Zona Especialmente Protegida de Importancia para el Mediterráneo (ZEPIM) por el Convenio de Barcelona (UNEP/MAP). Sin embargo, por esta región marina circula todo tipo de embarcaciones -de recreo, mercantes, pesqueras, de trabajo, de pasajeros, etc- y, especialmente cuando superan una velocidad determinada, se llevan por delante a especies de ballenas en peligro de extinción.
La colisión con barcos es la principal causa de muerte inducida por humanos para los cachalotes y los rorcuales en el Mediterráneo noroccidental. En esta área el riesgo es tan elevado que la Organización Marítima Internacional (OMI) la reconoció en julio de 2023 como “Zona Marina Particularmente Sensible”, para proteger a estas especies amenazadas de los impactos del tráfico marítimo, y recomendó a los buques que redujeran su velocidad a entre 10 y 13 nudos.
A velocidades inferiores a 11,8 nudos, las probabilidades de lesiones mortales tras una colisión con un buque caen por debajo del 50 %. Por encima de los 15 nudos, las probabilidades de lesiones mortales aumentan hasta el 100 %, reflejan los estudios que se han elaborado sobre el asunto. Pero los ecologistas lamentan que en la práctica esas recomendaciones de reducción de velocidad no están surtiendo efecto, al no ser obligatorias. Los cetáceos siguen chocando con buques, que continúan circulando a más de 20 nudos, en el caso de los ferris, cruceros y algunos yates. Así lo muestran los datos recopilados por el software OceanPlanner -desarrollado por la organización Quiet Oceans- a partir de los Sistemas de Identificación Automática (AIS, por sus siglas en inglés), que deben incorporar todos los barcos de más de 300 toneladas, y la totalidad de los buques de pasajeros.
Ballenas en peligro
Tanto el cachalote como el rorcual común -el segundo animal más grande del mundo, después de la ballena azul- han sido catalogadas como especies en peligro de extinción en la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
Si en la década de 1990 había cerca de 3.500 rorcuales, 30 años después se estima que quedan prácticamente la mitad. El cachalote, por su parte, también ha sufrido un declive poblacional y se calcula que ahora apenas quedan entre 250 y 2.500 individuos maduros.
Carlos Bravo, biólogo y consultor ambiental en la oenegé OceanCare, señala además que el lento crecimiento y la baja tasa reproductiva de estos cetáceos -que crían cada tres o cuatro años- hace que la colisión con barcos y otros grandes impactos hagan mermar sus poblaciones mucho más rápido de lo que estas las pueden reponer, lo que vuelve la situación aún más crítica.
El rorcual común es el segundo animal más grande del mundo, después de la ballena azul. Puede llegar a pesar unas 90 toneladas. Pero, comparado con un carguero, que pueden tener hasta 400 metros de eslora, estas ballenas “son diminutas”, arguye Bravo. Así, muchas veces las grandes embarcaciones, con cascos que se pueden sumergir hasta los 12 metros, ni las detectan. “No estamos acusando a las compañías de atropellar aposta a las ballenas. Muchas veces pueden colisionar con una sin darse cuenta. A lo mejor no está en superficie, sino a seis o siete metros, no la ven, y la embisten”, agrega el experto.
Reducir la velocidad
La clave, resaltan, está en la velocidad. En una resolución de 2019, el comité científico del Acuerdo sobre la Conservación de los Cetáceos del Mar Negro, el Mar Mediterráneo y el Área Atlántica Contigua (ACCOBAMS) señaló que, en las zonas donde no se pueda desviar la ruta de los barcos, la única solución para evitar el choque con ballenas es la de reducir la velocidad. Los límites seguros para estos cetáceos serían de entre 10 y 12 nudos.
“Una reducción del 10 % de la velocidad de los barcos a nivel global permitiría reducir el riesgo de colisiones en un 50 %. Si se reduce la velocidad en un 20 %, el riesgo de colisión se reduce, en promedio, en un 78 %”, afirman los expertos de OceanCare, que se refieren a las investigaciones de la Organización de Investigación Científica e Industrial de la Commonwealth (CSIRO) y de la Universidad de Bristol, así como a estudios comisionados por las organizaciones Seas At Risk y Transport & Environment.
Sin embargo, en el Mediterráneo noroccidental el movimiento anual de buques es de unos 220.000, con velocidades medias de entre 14 y 20 nudos en el caso de los barcos mercantes o incluso de hasta 35 nudos en el caso de los ferris, precisan desde la organización conservacionista.
Aunque para diciembre de 2022 ya debería estar listo el plan de gestión del Corredor de Migración de Cetáceos del Mediterráneo -según exige el protocolo de ZEPIM del Convenio de Barcelona-, no ha sido hasta ahora que el Gobierno está asumiendo esta tarea, y actualmente dicho plan está en fase de participación pública.
Así, los ecologistas han aprovechado para plantear su propuesta, que han presentado en conjunto 10 entidades ambientalistas -OceanCare, WWF, Greenpeace, Client Earth, Oceana, Ecologistas en Acción, Alnitak, Fundación MarIlles, GOB Mallorca y Save the Med- a fin de atajar el problema de las colisiones. Piden límites obligatorios a la velocidad de las embarcaciones, que sugieren debería rebajarse hasta los 10 nudos, pero que se puedan adaptar a cada tipo de barco y se acuerden con el sector marítimo, a fin de no generar disrupciones en las actividades económicas en el mar.
Limitar la velocidad de los barcos, argumentan, no depende de ninguna nueva tecnología, y tampoco supondría grandes cambios para ellos, por lo que es “la solución más eficaz y de aplicación inmediata” a los atropellos de ballenas, asegura desde OceanCare el consultor ambiental Carlos Bravo.
De paso, recortaría el uso de combustible, así como las emisiones de gases invernadero, y aliviaría el ruido submarino, que es otra gran amenaza para estos animales que dependen del sonido para su comunicación y reproducción.
En 2019, investigadores calcularon que reducir en un 10 % la velocidad de los barcos a nivel global permitiría rebajaría en un 40 % el ruido submarino.
Canadá y EEUU ya cuentan con programas de reducciones obligatorias de velocidad para embarcaciones en sus aguas. “Los análisis comparativos que se han hecho demuestran que cuando es una reducción obligatoria, la eficacia de la medida es de un 80 % o más”, apunta Bravo, mientras que cuando son voluntarias, la eficacia está entre el 10 y el 40 %.
Pero, además, agrega que la introducir la obligación de aminorar la velocidad ayudaría a la competencia justa entre las navieras. “Las compañías marítimas cada vez nos nos manifiestan más que preferirían que hubiera una regulación obligatoria, porque eso genera una igualdad de condiciones para todo el mundo. Si es voluntario, alguna compañía podría intentar reducir la velocidad, pero si el competidor no lo hace se genera una distorsión, una desventaja competitiva”.
En paralelo a los límites, los ecologistas proponen establecer una suerte de autopistas marinas para que los buques puedan circular a mayor velocidad en esas otras rutas.
Otra propuesta es aplicar sistemas que avisen a las embarcaciones cuando se detecta el paso, por ejemplo, de una familia de rorcuales, para que el buque pueda rebajar la velocidad en ese tramo.
“No podemos ni queremos evitar la actividad del tráfico marítimo. Lo que queremos es conciliar la actividad existente con la protección de los cetáceos y eso es posible a través de este tipo de medidas y además es legalmente posible”, sentencia Bravo.
Regular sobre el mar
“Este espacio está localizado en la zona económica exclusiva de España, por lo tanto está fuera de sus aguas territoriales, pero dentro de sus aguas nacionales. Por tanto, España tiene jurisdicción ambiental en esta zona y puede y debe regular todos los aspectos ambientales que puedan perjudicar su biodiversidad”, asegura por su parte Valerie Pimentel, asesora legal de OceanCare.
A diferencia de otras normas en el mar -por lo general muy difíciles de vigilar-, resultaría relativamente sencillo controlar que se respetan los límites a la velocidad, gracias a los AIS de los barcos. Estos sistemas de monitoreo permiten saber dónde está una embarcación en cada momento, a qué velocidad está navegando, y qué ruta ha seguido. Así es como la organización Quiet Oceans ha podido esclarecer qué rutas marítimas superan las velocidades que se consideran seguras para los cetáceos. A partir de los datos recopilados por la ONG en su software OceanPlanner, los ecologistas han sustentado su propuesta, que ahora está en manos del Ministerio de Transición Ecológica.
Esos mismos datos revelan que los ferris de pasajeros -y también los que transportan camiones y coches- son los que tienen mayor incidencia en este problema con las ballenas en el Mediterráneo, dada la cantidad de trayectos que hacen, aunque éstos sean más cortos que los de otros buques mercantes. Los ferris circulan a velocidades de más de 20 nudos -incluso llegan a los 35 nudos-, y por tanto superan el umbral de seguridad para los cetáceos.
Los barcos de recreo, por su parte, no suelen superar en su mayoría los 10 nudos, pero más de un 20 % de estos va más allá de ese límite. Además, son los que recorren mayores distancias (navegaron a través de 15 millones de kilómetros en el corredor a lo largo de 2023).
Los portacontenedores, cargueros y buques cisterna -que son los que tienen más presencia en el corredor de cetáceos del Mediterráneo- recorren la mayor parte de su trayecto a velocidades medias que oscilan entre los 10 y los 15 nudos. Así, los ecologistas subrayan que “en estos tipos de barcos, navegar a 10 nudos, para reducir así al máximo el riesgo de colisiones con efectos letales para las ballenas, no supondría una modificación sustancial de su actividad”. EFEverde