Con frecuencia los adultos optan por dejar de comer o reducir sus porciones para asegurar que los niños se puedan alimentar adecuadamente. Foto: Nicol Torres, Unimedios.

Tatiana Bahamón Méndez, periodista Unimedios  Sede Bogotá

De 1.524 hogares encuestados entre 2021 y 2022 en 11 ciudades del país, el 71,6 % afrontan inseguridad alimentaria, es decir que comen menos de 3 comidas al día; el 86,4 % son de estrato 1, y el 82,9 % de estrato 2; y el 48,3 % son administrados por madres cabeza de hogar. Estas cifras del hambre –agravadas por la pandemia de Covid-19– muestran la urgencia de hacer cambios estructurales.

Ser el tercer país más biodiverso del planeta después de Brasil e Indonesia; el segundo con más variedad de anfibios, peces dulceacuícolas, reptiles, palmas y plantas en general; o el quinto con mayor multiplicidad de mamíferos, son algunos de los privilegios que han convertido a Colombia en un verdadero edén. Paradójicamente, en este paraíso 7 de cada 10 hogares no tienen acceso a la comida de manera satisfactoria y afrontan dificultades para cubrir sus necesidades básicas; así concluyó el estudio “Efectos de la pandemia por el Covid-19 en la seguridad alimentaria de los hogares colombianos”, en cuya realización participó la UNAL.

Este es el caso de Marcela Jiménez, de 29 años y madre de 4 hijos, y María Fernanda Díaz, madre de 2, quienes afrontan en primera persona el dilema diario de cómo alimentarlos, pues reciben menos ingresos económicos que los hombres y tienen mayor inestabilidad laboral, además de la responsabilidad de ser las únicas frente al cuidado del hogar.

Con su trabajo como jornalera en construcción, Marcela a duras penas consigue cubrir los gastos mínimos, pero no proporcionarles a sus hijos una alimentación adecuada; ella afirma que “para hacer rendir el poco dinero compro masa para arepas, arroz, panela y huevos; ni carne ni pollo porque son muy caros. Hay momentos en los que solo comemos una vez al día, yo me aguanto, pero mis hijos no”.

Por su parte María Fernanda trabaja en cafeterías, misceláneas y otros empleos informales; ella comenta: “cuando la situación se complica recurro al arroz, la sopa, y ocasionalmente a embutidos de pollo, que para mí son lo más similar a una proteína animal. Lo que uno anhela es que ellos coman saludable siempre, pero no se puede”.

Al respecto, la profesora Sara Eloísa del Castillo, directora del Observatorio de Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional (OBSSAN) de la UNAL, quien ha estudiado por años este problema, considera que “el hambre en Colombia es un tema que se instaló hace muchos años, y que en vez de superarse se ha agudizado”.

La experta señala además que “desde 2010 el OBSSAN ha venido documentando esta situación; de hecho, como líder y colaborador investigativo, ha contribuido en el análisis de la inseguridad alimentaria en el hogar para la Encuesta Nacional de Situación Nutricional (ENSIN), herramienta que permite medir los problemas nutricionales de la población colombiana, además de identificar los determinantes sociales, indicadores y tendencias nutricionales del país, como insumo para apoyar la toma de decisiones políticas y técnicas para su intervención”.

Entre los esfuerzos más recientes del Observatorio se encuentra el evento organizado con la Alianza Universitaria por el Derecho Humano a la Alimentación Adecuada (ALUDHAA), en el que participaron 11 universidades del país (más de 20 investigadores y 40 estudiantes de últimos semestres de las carreras de Nutrición y Dietética).

Gracias a este evento se evidenció que entre 2021 y 2022 la prevalencia de la inseguridad alimentaria de los hogares (INSAH) fue del 71,6 %, es decir 1.091 hogares de los 1.524 encuestados en Armenia, Barranquilla, Bogotá, Cúcuta, Leticia, Medellín, Pasto, Popayán, San Andrés, Tunja y Yopal.

De este porcentaje, el 31,6 % (345 hogares) se situó en un nivel leve, el 26 % (284) en moderado, y el 14 % (153) registró una situación severa. Si estos datos se comparan con los reportados en la ENSIN 2015 (13,8 y 8,5 % respectivamente), la INSAH moderada y severa creció, lo cual muestra el agravamiento de la situación, pues no solo se aumentaron los hogares con inseguridad alimentaria, sino también la gravedad de la situación de hambre para las familias estudiadas.

El 85,6 % de los hogares encuestados pertenecían a estratos 1, 2 y 3; como consecuencia de la pandemia, el 75,2 % reportó pérdidas de ingresos y el 61,2 % desempleo; el 66,7 % estaba conformado por dos o más integrantes; el 73 % eran menores de 18 años, y el 60,5 % tenían a una mujer como cabeza de familia.

Además de alimentos, falta acceso al agua

“Debido a las restricciones impuestas durante la crisis sanitaria, las encuestas se realizaron vía telefónica, solicitamos autorizaciones y accedimos a bases de datos de diversas fuentes como Alcaldías y Secretarías de Salud y Planeación. Después aplicamos instrumentos de recolección de datos que incluían información socioeconómica como estrato social, edad y nivel educativo, entre otros”, explica Juan David Verano Celis, nutricionista dietista de la UNAL, coordinador del semillero de Seguridad Nutricional del Observatorio e investigador del proyecto.

Para medir la prevalencia de inseguridad alimentaria –a partir del enfoque del acceso a los alimentos– se empleó como referente conceptual la Escala Latinoamericana y Caribeña de Seguridad Alimentaria (ELCSA armonizada), cuyas preguntas se refieren a situaciones que las personas enfrentan durante un periodo en los hogares, relacionadas con la cantidad y calidad de los alimentos disponibles y con las estrategias que utilizan para aliviar las carencias alimentarias. Además indagan sobre la experiencia de hambre en menores de 18 años y adultos, situación más extrema de la inseguridad alimentaria.

El estudio mostró que con frecuencia los adultos optan por dejar de comer o reducir sus porciones para asegurar que los niños se puedan alimentar adecuadamente. También que, aunque la diferencia en inseguridad alimentaria entre áreas urbanas y rurales es relativamente pequeña (71,2 frente a 73,4 %), la brecha se amplía dramáticamente en términos de inseguridad hídrica: mientras el 30 % de los hogares rurales enfrentan problemas de acceso al agua porque la cortan o porque no existe un sistema que garantice plenamente el abastecimiento, en zonas urbanas este porcentaje solo alcanza el 15 %.

Por esta situación el 30 % de los hogares manifestó una gran preocupación por no tener suficiente agua para todas las necesidades básicas, y el 24 % afirmó que muchas veces deben cambiar sus planes o los horarios de determinadas actividades debido a los problemas por la escasez del recurso. Por ejemplo, si el adulto responsable del hogar debía ir a trabajar, recurría a alternativas como cambiar el horario y buscar a alguien que lo reemplazara. ¿Pero y si no tiene esa facilidad? Probablemente aumentaría la cifra de desempleo.

Hogares liderados por mujeres, los más susceptibles

Según la profesora Del Castillo, “más que una brecha es un abismo, lo que se convierte en una voz de alarma frente al aumento del hambre, que ya estaba presente en el país antes de la pandemia por Covid-19; esta no es su causa, pero sí la empeoró”. Por eso la investigación revela que estas dificultades ocurren con mayor frecuencia en hogares con madres cabeza de familia e hijos menores de edad. Estos reportaron inseguridad alimentaria moderada: 31,5 %, y severa: 16,8 %.

Un alivio para la situación de las madres de Usme eran los comedores comunitarios como el liderado por Marcela Vargas, que cerró con la llegada de la pandemia. Allí cerca de 380 personas con dificultades económicas almorzaban por 2.700 pesos colombianos.

“El comedor llevaba 30 años, nosotros teníamos convenios con el Banco de Alimentos y con otras organizaciones, pero a raíz de la pandemia cerró. En 2021 quisimos abrir nuevamente, pero nos dijeron que tocaba empezar desde cero y no hemos podido llegar a un acuerdo”, comenta.

Estrategias para combatir el hambre

Históricamente el instinto de supervivencia nos ha ayudado a los humanos en nuestros procesos de adaptación, como por ejemplo en la búsqueda de alimento, tarea en la que se tienen que sortear innumerables dificultades para no morir de hambre, mediante una serie de estrategias que minimizan el riesgo.

Según el nutricionista dietista Verano, “el 64 % de los hogares encuestados manifestaron haber implementado alguna estrategia de afrontamiento contra el hambre en los últimos 7 días”. Por ejemplo, el 57 % optó por consumir alimentos de menor calidad o más económicos, como salchichas en vez de una proteína, y embutidos a base de pollo, mientras que el 43 % redujo las porciones para extender la vida útil de los productos.

Tales prácticas no están exentas de consecuencias, sobre todo cuando se vuelven habituales, pues la salud podría recibir un fuerte impacto, especialmente en los niños y jóvenes, ya que la falta crónica de alimentos adecuados se puede manifestar en síntomas como fatiga y dificultades de atención, frecuentemente asociados con la alimentación insuficiente.

¿Qué ocurre con las políticas públicas?

El derecho humano a la alimentación es una de las transformaciones plasmadas en el Plan Nacional de Desarrollo (PND) 2022-2026, “Colombia, potencia mundial de vida”; sin embargo persisten los rezagos en su garantía. La profesora María Victoria Rojas Porras, integrante del OBSSAN, menciona que “este Plan tiene muchos propósitos que coinciden con la reivindicación que buscaba el Movimiento Social Indígena de Colombia, pero necesitamos acelerar el proceso de ejecución e implementación de las acciones contempladas allí, porque infortunadamente hoy vemos un incumplimiento de estos acuerdos, lo cual es muy preocupante”.

Y es que, para garantizar el derecho a la alimentación, se debe dar una articulación entre el Gobierno nacional y las comunidades, para que ellas mismas puedan llevar el control de sus sistemas alimentarios, ejerciendo sus derechos a la seguridad, autonomía y soberanía alimentaria.

Para la experta Rojas, “es fundamental la integralidad de las transformaciones establecidas en el PND, como aquella referente al ordenamiento territorial alrededor del agua y la justicia ambiental, que busca garantizar el acceso equitativo y sostenible a este recurso hídrico para todos los colombianos. Así también se estaría garantizando plenamente el derecho humano a la alimentación, es decir que todas las personas tengan acceso a una cantidad suficiente de alimentos para satisfacer sus necesidades”.

“Así garantizamos que las generaciones de hoy y las del futuro tengan comida; además, se debería apuntar a cumplir con las acciones de transformación productiva para tener modelos más sostenibles”, precisa.

Con la lectura que hacen los expertos del OBSSAN se muestra la crítica encrucijada en la que se encuentra Colombia, un país con una vasta riqueza natural que contrasta dolorosamente con la pobreza de una gran parte de sus ciudadanos. Por eso, mientras no se aborden de manera urgente y efectiva las raíces de la desigualdad y la inseguridad alimentaria, millones seguirán enfrentando el hambre, a pesar de vivir en un territorio que, en teoría, lo tiene todo para prosperar.

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