Tras haber logrado avances importantes en la reducción de la prevalencia del hambre, muchos países de Europa y Asia Central buscan ahora mejorar la calidad de la dieta de la población y transformar sus sistemas alimentarios para adaptarse al cambio climático, optimizar el uso de los recursos naturales y reducir el desperdicio alimentario.
La cifra absoluta de personas que padecen hambre en la región –medida en función de su consumo de energía calórica- se ha reducido en al menos un 40 por ciento desde 1990, según señaló hoy el Director General de la FAO, José Graziano da Silva, al intervenir en el inicio de la conferencia regional bienal de la FAO para Europa y Asia central.
«A pesar de las tendencias positivas generales relativas a la seguridad alimentaria –añadió- aún persisten otras formas de malnutrición que siguen constituyendo un problema que afecta a todos los países en esta variada región».
Por ejemplo, una evaluación de la FAO realizada para la conferencia indica que en 48 de 53 países, la prevalencia combinada de sobrepeso y obesidad en la población adulta de Europa y Asia Central supera el 55 por ciento, mientras se siguen observando tasas relativamente altas de retraso del crecimiento entre los niños del Cáucaso y Asia central.
La buena noticia, según Graziano da Silva, es que muchos gobiernos de la región han comenzado ya a adoptar medidas que van más allá de producir más alimentos y buscan transformar los sistemas alimentarios para mejorar la calidad de la producción y la nutrición de las personas.
Al señalar que un porcentaje importante de las personas pobres y desnutridas de la región viven en el campo, el Director General aseguró que impulsar economías rurales dinámicas debe permanecer en el centro de los esfuerzos de desarrollo.
Para apoyar esta labor, la FAO ha puesto en marcha dos iniciativas regionales prioritarias.
La primera se centra en el empoderamiento de los pequeños productores y agricultores familiares con el fin de mejorar sus medios de vida y su resiliencia frente a los desastres y las crisis, incluido el cambio climático. Los beneficios indirectos incluyen la mejora de la nutrición de las personas y hacer más sostenible el uso de los recursos naturales en la producción de alimentos.
La segunda iniciativa regional tiene por objeto mejorar el entorno normativo del comercio agrícola y alimentario, de manera que se ayude a las empresas agrícolas pequeñas y medianas a prosperar y expandirse.