Por: Ángela Carolina Pérez, Unimedios Bogotá
“Pecoña”, “estrobos” y “ramp” son las formas de escalado que darían un nuevo aliento de vida a estos gigantes amazónicos, cuya existencia está amenazada por la tala indiscriminada para cosechar sus frutos. La propuesta forma parte del proyecto Palms, iniciativa adelantada por nueve países.
En Colombia, Perú y Brasil, alrededor de 20 especies de palmas forman parte del ecosistema amazónico. Estas son el sustento de las comunidades allí asentadas, las cuales dependen de recursos silvestres, parte integral de su dieta. Sin embargo, la cosecha destructiva de las especies, que consiste en la tala de plantas adultas para conseguir los racimos (frutos), tiene algunas al borde la extinción.
Así lo determinó la bióloga de la UN Carolina Isaza Aranguren, quien durante dos años convivió con las comunidades amazónicas de Leticia y San Martín de Amacayacu, en Colombia e Iquitos, en Perú, para analizar las formas de cosecha y el riesgo que conlleva la tala de las especies Euterpe precatoria (asaí), Mauritia flexuosa (moriche) y Oenocarpus bataua (mil pesos).
El trabajo doctoral, dirigido por los profesores Rodrigo Bernal y Gloria Galeano del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de Colombia (UN), forma parte del proyecto “Impactos de la cosecha de palmeras en bosques tropicales (Palms)”, en el que participan cuatro países de Sudamérica (Bolivia, Ecuador, Colombia y Perú) y cinco europeos (Dinamarca, Alemania, Reino Unido, Francia y España).
Según la bióloga Isaza, en la zona se cosechan alrededor de 5.500 frutos de las tres palmas y más de un 70 % están destinados al autoconsumo de los nativos y el resto reservados a la exportación.
Un ejemplo de cómo ciertos frutos de palmas, populares entre diversos grupos étnicos, que han ganado espacios en mercados locales, regionales e inclusive internacionales es el asaí. Este pasó de ser un producto para el autoconsumo de habitantes ribereños del río Amazonas y Negro, a “súper alimento” de las grandes urbes del mundo con un volumen de ventas de 480. 000 toneladas anuales. Dinámicas similares se registran para el moriche, ya que “algunas multinacionales las utilizan en la fabricación de productos de belleza”, afirma la investigadora.
Ecosistema talado
El estudio sobre el manejo de las especies para la cosecha de frutos fue realizado en la localidad de San Martín de Amacayacu, en Leticia. Para ello, la doctoranda entrevistó a 12 cosechadores de la etnia ticuna e indagó sobre el ciclo productivo, las áreas de distribución, la percepción de abundancia del recurso, las expresiones culturales ligadas al uso y algunos aspectos de su comercialización. Además, observó a la comunidad durante estas tareas para registrar cómo se lleva a cabo el proceso y la preparación de productos derivados de los frutos.
Con la información obtenida, determinó que las palmas adultas seleccionadas son taladas con hacha o, algunas veces, machete; según los entrevistados este método es seguro, fácil y rápido.
También, observó que la obtención de los frutos toma 60 minutos, entre talar una palma, desprender los frutos de los racimos y empacarlos. En esta tarea participan tres o cinco personas del núcleo familiar, especialmente mujeres.
En Amacayacu se cosechan entre 1.672 y 2.500 palmas de asaí cada año, cuya extracción de frutos es de 19,4 a 29 toneladas, mientras que de moriche se sacrifican de 35 a 70 palmas hembras (2,5 a 5 toneladas).
De igual manera, la demanda de los frutos de las especies estudiadas en el mercado, en Leticia, presenta un fuerte crecimiento. Para cubrirla, cosechan entre 201 y 435 toneladas/año (ton/año) de moriche, lo cual significó el derribo de 464 a 1.015 palmas hembras. A su vez, la demanda de frutos de asaí es de 12,4 a 24,8 ton/año.
“Las palmas son plantas monoicas, es decir, existen individuos femeninos y masculinos. Los masculinos producen el polen, trasportado por el viento (anemófila), insectos u otros agentes polinizadores a las palmeras hembra, que producen las semillas”, explica.
Por tanto, uno de los resultados relevantes del trabajo indica que las palmas hembras son las más afectadas. Pese a que la proporción natural entre macho y hembra es de uno a uno, “en zonas aledañas a San Martín de Amacayacu es de tres machos por una hembra. Esto genera empobrecimiento genético, ya que una población de solo machos no podrá reproducirse y aunque sus frutos sean cosechados, la zona terminaría declarándose infértil”, advierte.
Palmas longevas
Para calcular la productividad, fueron recolectados diez racimos de cada una de las especies estudiadas. Luego, a través de un inventario de los frutos se calculó la producción de una palma adulta y estimó la productividad anual por hectárea.
En San Martín de Amacayacu (área de baja cosecha, con métodos destructivos) la población de asaí es de 248 adultos por hectárea (adultos/ha), que generan una productividad de 2,2 toneladas por hectárea al año (ton/ha/año). En Leticia (alta intensidad de cosecha, con métodos destructivos) es de 30 adultos/ha y una productividad de 0,3 ton/ha.
En relación con el moriche, hay 28 hembras/ha que producen 1,5 ton/ha/año, en Amacayacu. Mientras que en la comunidad Veinte de Enero, en Perú, (alta intensidad, cosecha no – destructiva, es decir escalan las palmas) existen 52 hembras/ha, que ofrecen una productividad de 5,2 ton/ha.
Respecto a mil pesos, 40 adultos/ha aportan 0,5 ton de frutos/ha/año en Amacayacu (área de baja cosecha, métodos destructivos). En el Hondo, Bolivia, (alta intensidad, cosecha no – destructiva) la densidad es de 51 adultos/ha y una productividad de 0,7 ton/año (alta intensidad, cosecha no – destructiva). En Yasuní, Ecuador, (área sin cosecha reciente, métodos destructivos) la densidad es de 4 adultos/ha y una productividad de 0,04 ton/ha/año.
Acerca de la tasa de crecimiento, durante dos años, la investigadora elaboró un censo para el que tuvo en cuenta la altura del tronco, la producción de hojas, el número semillas y las transformaciones en cada etapa de maduración.
De esta manera, concluyó que la duración del ciclo de vida de las tres especies se caracteriza por ser largo, con una extensa etapa de establecimiento (paso de plántulas a juvenil). “Al parecer la duración del ciclo de vida depende, en gran medida, de las condiciones de luz en donde el individuo se haya establecido, siendo más corta en lugares con alta exposición lumínica”, sugiere la bióloga.
El ciclo de vida del asaí fue el más corto de las tres especies, estimado en 90 años (pasa 40 años sin tallo –acaule– y 50 con tallo visible); el moriche vive 95 años (50 años acaule y 45 años con tallo); y la más longeva es mil pesos, con 130 años de existencia (80 en estado acaule y 50 con tallo).
Seguridad alimentaria en riesgo
La siguiente fase consistió en la elaboración de un modelo de proyección integral (IPM) para estimar de qué manera la cosecha afectaría la población de palmas en los próximos años. Se trata de una herramienta idónea para el estudio de las dinámicas de las poblaciones, apropiado cuando el ciclo de vida de los individuos está descrito por dos o más variables.
“Con el análisis de la información obtenida se pueden desarrollar estrategias para el mejoramiento de la productividad y potenciar los procesos y etapas que tienen mayor incidencia en el crecimiento poblacional y en la reproducción. También, es posible implementar esquemas de manejo para que la actividad sea sostenible y sirva a las autoridades ambientales en la toma de decisiones”, afirma.
Carolina Isaza encontró que las especies en las áreas de estudio presentan un patrón de “j invertida”, con una alta proporción de plántulas y un fuerte decrecimiento a medida que incrementa el tamaño. Este es un comportamiento típico de poblaciones en buen estado de regeneración, propio de plantas de ciclos de vida largos. Sin embargo, las palmas adultas cosechadas con métodos destructivos presentan una disminución notoria, en áreas donde suelen ser abundantes, y una menor productividad.
En el caso de asaí, si la tala promedio de 100 ejemplares por hectárea continúa, en 20 años solo alrededor de 25 individuos seguirían en pie, pero en riesgo de desaparecer.
Esta preocupante situación trasciende lo ecológico, pues evidencia un desconocimiento de las políticas gubernamentales. “La regulación actual es muy débil, si bien se les autoriza disponer del 70 % de los frutos durante las cosechas, no precisa qué tipo e ignora la composición biológica”.
Por otro lado, los nativos también están preocupados porque ahora deben ir más lejos para cosechar los frutos e incluso los compran en mercados locales. Por eso, “urge la implementación de estrategias de cosecha autosostenible, de lo contrario su seguridad alimentaria estaría amenazada”, sentencia.
Escalar, la solución
Una de las alternativas para cambiar esta realidad consiste en utilizar otros métodos de cosecha centrados en el escalado. Una de esas formas se conoce como “pecoña” y consiste en atar cuerdas a los tobillos y muñecas, escalar las palmas, obtener los frutos y descender. Para las otras dos, “estrobos” y “ramp”, se utilizan recursos como tablas en los pies o tomar la vegetación de la zona para subir hasta la punta y así obtener los frutos.
A partir de la realización de una serie de talleres y la donación de equipos de escalado por diferentes instituciones internacionales, los cosechadores de San Martín de Amacayacu ascendieron los 25 metros promedio que mide una palma. Aunque sintieron temor porque arriesgaban su integridad física, comprendieron que solo de esta manera las plantas funcionarían como una fuente inagotable de recursos.
Aunque las proyecciones elaboradas fueron de corto plazo, se logró un cambio respecto a las cifras de cosecha versus el impacto de afectación de las plantas. “Por ejemplo, con el mismo número de producción, cercano al 20 %, no disminuía el número de plantas, por el contrario, se mantuvo constante en el total de las hectáreas”.
De igual manera, el equipo del proyecto Palms elaboró una cartilla, que distribuyó entre los recolectores de la zona, para que la cosecha de frutos de palma resulte una alternativa sostenible, que le permita a estos gigantes amazónicos continuar siendo los vigías de uno de los ecosistemas más importantes del mundo.
Edición:
UN Periódico Impreso No. 201
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