Hace unos meses, un representante de la multinacional Cargill visitó esta colonia remota al este de Bolivia, junto a la parte más sureña de la cuenca del río Amazonas, para hacer una oferta atractiva.

El representante del gigante agrícola estadounidense dijo que este quería comprar los granos de soya de los habitantes menonitas de la colonia. La empresa financiaría un almacén local y estación de pesaje para que los granjeros vendieran su producto directamente a Cargill desde el sitio, según dijeron los residentes.

Uno de ellos, Heinrich Janzen, empezó a despejar partes del bosque de la parcela de 14 hectáreas que compró a finales de 2016, todo para que la soya estuviera lista para mayo. “Cargill nos quiere comprar”, dijo Janzen, de 38 años, mientras humeaba parte de la vegetación que había quemado. La soya está en alta demanda. Cargill es una de varias multinacionales que quiere comprar en la región, dijo Janzen.

A una década de que empezaran a calar las campañas para salvar a la Amazonía y se instauraran cambios que redujeron la deforestación en la cuenca del río, comienza a regresar con fuerza la actividad de tala. Esta, impulsada por un creciente apetito por la soya y otros productos agrícolas, también aumenta el peligro de una recaída de los esfuerzos para preservar la biodiversidad y combatir el cambio climático.

En la Amazonía brasileña, el bosque tropical más grande del mundo, la deforestación aumentó en 2015 por primera vez en una década, al sumar casi 800 mil hectáreas entre agosto de ese año y julio de 2016. El año anterior la cifra era de 620 mil hectáreas; en total representa un aumento de 71 por ciento en comparación al 2004, según estimados del Instituto Nacional de Investigaciones sobre el Espacio.

Al otro lado de la frontera, en Bolivia, donde hay menos restricciones contra el allanamiento de tierras, la deforestación también se ha acelerado.

nytimes.com