Por: Juan Francisco Molina Moncada, Unimedios Bogotá

En 2009, investigadores de la Universidad Nacional de Colombia (UN) visitaron seis municipios de la Amazonia y determinaron que los ríos no se tuvieron en cuenta en la consolidación del crecimiento urbano ni en la creación de espacios públicos. Ocho años después la problemática sigue vigente con riesgos ambientales, climáticos y de desastres, como el ocurrido en Mocoa y latente hoy en Florencia.
Fueron dos arduos meses de largos viajes en lancha, de experimentar la interacción –y los choques– de dos culturas, de no dormir bien por el calor y la humedad y de tener que salir corriendo de un municipio porque rondaba la amenaza de un paro armado.

La Amazonia colombiana trajo tantas historias como conclusiones para el equipo dirigido por el profesor René Carrasco Rey, director de la Maestría en Urbanismo de la UN. En suma, seis radiografías de seis ciudades –Leticia, Puerto Nariño, Florencia, San Vicente del Caguán, Puerto Leguízamo y Mocoa– en una región muy diversa.

Estos territorios han recibido víctimas de los diferentes ciclos de violencia del país, quienes se han asentado con más o menos suerte en los terrenos de llanura o de piedemonte, en pleno casco urbano o, sin más remedio, en zonas en las que asoman amenazas como que un río retome su cauce natural o que una montaña, sin previo aviso, se sacuda tan fuerte que empiece a arrastrar agua, barro y rocas.

En ese sentido, el equipo –que involucró áreas como la geografía, la ingeniería ambiental, la arquitectura y la sociología– formuló el Plan Maestro de Ejes Ambientales que identificó los problemas principales de cada ciudad y formuló lineamientos con el fin de articular las fuentes hídricas con el crecimiento urbano.

Para el estudio geográfico se estableció un mapa preliminar de los municipios abordados, con la ayuda de documentación bibliográfica, fotografías aéreas e imágenes satelitales de alta resolución.

Con el trabajo de campo –mediante el cual se estudiaron las condiciones del suelo, se describieron las geoformas, las fuentes hídricas y la cobertura vegetal– se comprobó dicha información, de manera que fue posible establecer la localización detallada de los ríos, quebradas, humedales y montañas. Además, con base en una investigación documental previa, los ingenieros ambientales verificaron los puntos de vertimiento de aguas sucias y residuos sólidos, resultados que se incorporaron a la cartografía.

Después de obtener la información anterior entraron en acción el diseño urbanístico, la arquitectura y la sociología. A partir de las dos primeras se estudió la distribución de las diferentes zonas (viviendas, colegios, infraestructura, espacio público) y su relación con los ecosistemas naturales. Con respecto a la última, se realizaron talleres en los que la comunidad expresó qué es lo que más quiere para su municipio, desde el punto de vista urbanístico, social y ambiental.

El documento se envió a la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Sur de la Amazonia (Corpoamazonia), que contrató al equipo para el estudio, con el fin que de allí se incorporara a los planes de ordenamiento territorial municipales.

Heraldo Muñoz, subdirector de Planificación y Ordenamiento Ambiental de Corpoamazonia, afirma que a partir de 2012 el rol de la gestión del riesgo de desastres se centra en brindar apoyo técnico a los entes territoriales, según lo estipulado por la ley 1523 de 2012. “Con el insumo brindado por la UN hemos formulado diferentes asesorías, y ahora lo hemos retomado para contribuir a la recuperación del área afectada en Mocoa, mediante la implementación de estudios y diseños técnicos de ejes ambientales para la planificación, gestión ambiental y riesgo de desastres sobre los ríos Mulato y Sangoyaco y la quebrada La Taruca”.

De esta manera, se evidencia que después de la tragedia en Mocoa el pasado 31 de marzo, las propuestas y recomendaciones formuladas por la un siguen vigentes.

Leticia
Entre Aguas negras e inundaciones

Hace ocho años los investigadores concluyeron que el manejo de residuos no tenía las condiciones técnicas de calidad requeridas. En ese momento se recomendó –al igual que en los otros municipios visitados– elaborar estudios para mejorar el sistema de alcantarillado y desarrollar un programa educativo para evitar el vertimiento de desperdicios en las fuentes hídricas. Por lo pronto, las aguas negras siguen aquejando a los leticianos.

La contaminación va de la mano con las amenazas de inundación del río Amazonas, que en ocasiones, según los expertos, presenta crecientes que ascienden a alrededor de 20 metros. Aún se recuerda cuando en 2015 las fuertes lluvias hicieron colapsar el río y luego el alcantarillado, por lo que los ciudadanos tuvieron que soportar el olor fétido de las basuras acumuladas.

En aquel momento se alertó que el área de ocupación humana sobre fuentes hídricas y sus alrededores era de 868.905,6 m².
Aunque el ciclo de inundaciones es una dinámica natural a la que se ha adaptado la población, esto se convierte en una problemática cuando las aguas negras están de por medio. De esta manera, se pone en riesgo la salud de habitantes de sectores como la Isla de la Fantasía, El Águila, Victoria Regia o La Unión.

“Propusimos recuperar los cauces de los recursos hídricos para generar espacio público en los alrededores, algo que también podría aplicar, en el contexto departamental, para Puerto Nariño”, afirma el urbanista Carrasco.

Puerto Nariño
Intentar darle la cara al río

Que los parques deportivos se inunden no es ningún impedimento para que los habitantes del segundo municipio de Amazonas jueguen microfútbol o baloncesto, emulando el waterpolo. La escena, que llamó la atención de los académicos, representa una realidad social: la gente le ha dado la cara al río Loretoyacu.

Aunque se trata de una zona que no está expuesta a catástrofes como la de Mocoa –al igual que Leticia–, por estar ubicada en la llanura amazónica, las inundaciones son preocupantes cuando el agua está contaminada, pues se pueden convertir en focos de enfermedades; de hecho, durante las temporadas secas se van evaporando las aguas represadas, cuyo tratamiento no es óptimo y genera gripas, fiebre o paludismo.

Por otro lado, según los datos de 2009, la ocupación de fuentes hídricas era de 111.096,88 m². En ese sentido, el Plan Maestro había recomendado, al igual que en las otras ciudades, impedir densidades mayores a 10 viviendas por hectárea en un área de influencia de 100 metros alrededor de los ejes ambientales.

Existe una preocupación adicional: que este municipio de amplios senderos, sin carros ni motos, que “nos recuerda nuestra esencia de ser humanos”, según la arquitecta Elizabeth Riaño, siga creciendo hacia los resguardos indígenas, que representan alrededor del 98 % de su territorio.

Florencia
Un peligro latente

Para los expertos es inevitable pensar en Mocoa cuando hablan de la capital del Caquetá. “Si no se toman medidas de prevención, existe el riesgo de una tragedia similar o peor”, considera el geógrafo Miguel Castiblanco.

La relación entre la ciudad y sus aguas –el río Hacha y sus afluentes como las quebradas La Perdiz, La Sardina, El Dedo y La Yuca– no es la mejor. Según el Plan Maestro, en 2009 la ocupación de fuentes hídricas y sus zonas de influencia ascendía a 1,3 km².

El documento advirtió que esta tendencia podía crecer, y en efecto así sucedió. Aún hoy se habla de amenaza por crecientes súbitas en sectores como La Vega, San Luis, Los Comuneros, Raicero, 7 de Agosto, Guamal, Bruselas y Tirso Quintero, entre otros.

Así mismo se recomendó el reasentamiento de las viviendas ubicadas sobre las zonas de riesgo; ocho años después, los mandatarios locales siguen hablando de esta solución, sin realizar acciones concretas.

El geógrafo Castiblanco explica que Florencia está ubicada en una zona de piedemonte que marca la transición entre la montaña –la “joven” y aún activa cordillera Oriental– y la llanura amazónica, donde provienen grandes masas húmedas que vacían todo su contenido provocando constantes lluvias.

En efecto, los investigadores recuerdan que durante su visita a la ciudad, después de un torrencial aguacero se formó un arroyo gigantesco que, sin previo aviso, bajó por la ladera y se alcanzó a meter en algunas casas.

San Vicente del Caguán
Fuertes vientos y actividad sísmica

A las inundaciones súbitas se añaden dos amenazas: los fuertes vientos, que pueden causar caídas de árboles, y la presencia de fallas geológicas cercanas a este municipio del nororiente caqueteño, ante lo cual se registra una actividad sísmica de alta a moderada.

El municipio tampoco es ajeno a uno de los problemas ambientales que más les preocupa a los colombianos en el marco del posconflicto: en los últimos meses, tras la salida de las Farc, han desaparecido alrededor de 1.200 hectáreas de bosque, por lo cual la tierra va perdiendo un “paraguas” natural y, con el aumento de la erosión, llega más material sólido a los ríos.

En 2009, los expertos determinaron una ocupación de 533.917,4 m² sobre las principales fuentes hídricas de la ciudad, el río Caguán, además de un sistema de humedales y quebradas como El Temblón, El Temblonsito, Bosquecito, La Gitana y El Carbonal. En aquel momento los investigadores identificaron una oportunidad: después de reubicar las viviendas en riesgo por inundación o remoción de masa, se podrían adecuar zonas de recreación y turismo con el fin de aprovechar al máximo una valiosa oferta hídrica.

Esta restauración podría ir acompañada del Plan Maestro de Acueducto y Alcantarillado con su respectivo Plan de Saneamiento y Manejo de Vertimientos con el fin de mitigar una problemática que también afecta a este municipio, según lo indica la ingeniera ambiental Lina Ibatá.

Puerto Leguízamo
Alerta por inundaciones y residuos

En julio de 2012 los noticieros nacionales hicieron eco de una emergencia presentada en este municipio por el desbordamiento del río Putumayo que afectó a 45 veredas y perjudicó a unas 6.600 personas, sobre todo indígenas.

Mientras en 2009 se alertaba que el área de ocupación de fuentes hídricas era de 44.962,17 m², el equipo de la un advertía que se trataba de una situación contraproducente, toda vez que “los humedales actúan como una gran esponja que retiene el exceso de agua durante los periodos lluviosos, regulando los efectos perjudiciales de las crecientes”.

En ese contexto, se recomendó el reasentamiento de las familias que habitan sobre el río Putumayo y sus afluentes
–humedales Norte, Este, Oeste y Rancho Lindo– con el fin de adaptar estrategias de espacio público como un malecón turístico.

En cuanto a las problemáticas ambientales, a la deforestación, la erosión y la minería ilegal se les añade un dolor de cabeza común en la región: el tratamiento de residuos. En efecto, barrios como Rancho Lindo han sufrido ante el vertimiento de aguas negras al río sin ningún tratamiento previo, lo cual puede provocar enfermedades como vómito, diarrea, paludismo, bronquitis, gripa o brotes de piel.

Hace tres años se anunciaron obras para optimizar el alcantarillado y el suministro de agua potable. Sin embargo, considerando las problemáticas observadas, los investigadores estiman que difícilmente se llegará a una solución en el corto plazo.

Mocoa
Recomendaciones desatendidas en mocoa

El barrio San Miguel, que fue arrasado en la tragedia del 31 de marzo pasado, apenas se estaba terminando de constituir cuando el equipo se encontraba en pleno trabajo de campo. Esta zona, junto con sectores como El Progreso, fue identificada por los investigadores de la UN como una de las más vulnerables ante las avenidas torrenciales producidas en un sistema hídrico compuesto por el río Mocoa y las quebradas Mulato, Sangoyaco, Conejo y Taruca.

Considerando que el área de ocupación sobre fuentes hídricas en aquel entonces era de 434.563,9 m², y que la tendencia apuntaba a crecer, los expertos recomendaron el reasentamiento de las viviendas ubicadas sobre las quebradas y sus áreas de influencia, estableciendo, incluso, una ronda de 20 m alrededor de estas para impedir que cualquier actividad humana se llevara a cabo en el sector.

Estas recomendaciones se plantearon teniendo en cuenta que Mocoa está localizada en una zona de piedemonte amazónico en la que la alta precipitación –el día de la tragedia fue de 129,3 mm, lo cual equivale a lo que llueve allí en 10 días– provoca desbordamientos constantes de los ríos y, por ende, avenidas torrenciales de agua, rocas y sedimento, fenómeno que se acelera por la erosión del terreno ante la deforestación, la minería y la ganadería.

En ese sentido, los expertos lamentan que no se hayan atendido los estudios y deslizamientos previos que ya habían alertado sobre la problemática. Por lo pronto, la capital de Putumayo afronta, tras la terrible noche, un nuevo amanecer.

Edición:
UN Periódico Impreso No. 209