Dan Stothart, Oficial Regional de Asuntos Humanitarios de ONU Medio Ambiente en América Latina y el Caribe, ofrece un relato de primera mano desde el estado brasileño de Roraima.
«¡Me siento como un animal!», me dijo. Pude ver una lágrima en su ojo. Ella me contó que antes vivía cómodamente en Venezuela. No estaba seguro de si ella había sido rica o si estaba enfatizando sus comodidades anteriores para salvar algo de su dignidad. Realmente no importaba. Ahora ella dormía en una tienda de campaña, en una rotonda pública, con otras 900 personas.
Los servicios son inexistentes. La gasolinera más cercana cobra dos reales (unos 60 centavos de dólar) para usar el baño, dinero que la mayoría de estos venezolanos no puede gastar. Hay una pequeña franja de tierra a un lado, por lo que van de dos en dos durante la noche.
Varios campamentos ahora han surgido en Boa Vista, la capital del estado de Roraima, en la frontera norte de Brasil y Venezuela. Son lugares incómodos. Están abarrotados, a veces con cuatro veces más personas de las que pueden albergar, carecen de suficiente espacio o inodoros, así como de drenaje y servicios relacionados.
Las autoridades y actores humanitarios están realizando intentos para mejorar las cosas.
Existe un refugio específicamente para indígenas, con respuesta de emergencia y servicios adaptados a los indígenas venezolanos. Los problemas culturales son un desafío significativo dadas las diferencias entre los grupos indígenas a ambos lados de la frontera.
Una persona tendría que estar desesperada para llegar caminando a este lugar. Nos llevó tres horas viajar en automóvil desde Boa Vista hasta la frontera con Venezuela. El terreno es una mezcla de colinas y llanuras, no hay sombra y el sol es intenso. Estamos más cerca de Panamá, a dos países de distancia, que de Brasilia, la capital federal.
Pero la desesperación es precisamente el punto. No hay un número definitivo sobre cuántos venezolanos han cruzado a Brasil. El municipio de Boa Vista estima que está administrando una carga de 40.000 personas. Pero la verdad es que esta es la estimación de un solo municipio, en uno de los estados más pobres y distantes del país.
Los municipios, que ya han estado luchando por brindar servicios a su propia población, ahora están batallando con los problemas ambientales asociados a una de las mayores afluencias de personas en la historia reciente de Brasil.
Las estimaciones sobre el número total de venezolanos que ha cruzado a Brasil rondan los 80.000. Hay 2.200 km de frontera y solo un cruce oficial. La huella ambiental de la emergencia es clara y los riesgos para la salud pública son significativos.
La gente está tan desesperada que encontré a 79 personas durmiendo bajo un escenario en un parque. Las 14 familias habían estado allí entre nueve y 18 meses. No sabían qué hacer ni a dónde ir. Parecía que estaban esperando un cambio en Venezuela para poder regresar. Es claramente una espera larga e incómoda.
El sistema médico tiene que lidiar con una afluencia de personas que no han sido vacunadas, y cuyo estado de salud es bajo, proporcionalmente contrario a su nivel de desesperación. También se tienen que administrar los servicios de salud para la población local. El aumento de los desechos médicos que deben administrarse tiene su propia huella ambiental y a su vez supone riesgos para la salud pública si no hay una gestión adecuada.
Los administradores de refugios libran una batalla diaria para vaciar las fosas sépticas, con tres camiones cada uno haciendo un viaje de seis horas, dos o tres veces, para vaciar el tanque de un refugio diseñado para 200 personas y que actualmente alberga más de 500.
Además, son necesarias fuentes de energía para cocinar, y hasta que esta situación reciba una inyección de recursos, las personas continuarán cortando árboles para hacer leña. Esto, junto con varios problemas de gestión de residuos, está generando un conflicto con la población local.
Además, el agotamiento del nivel freático en la frontera continúa, mientras que las necesidades adicionales de agua de los recién llegados aumentan la escasez. Esta zona ha sido un caldo de cultivo para la minería informal e ilegal. Cada vez hay más informes de migrantes y refugiados venezolanos que se ven obligados a sobrevivir en esta peligrosa industria. Sin embargo, el alcance de su impacto en la salud pública y el medio ambiente sigue siendo desconocido.
Brasil ha dejado claro que los venezolanos son hermanos, que la frontera no se cerrará y que el gobierno federal les brindará apoyo. Ese es un liderazgo moral admirable.
Sin embargo, Brasil tiene su propia agitación política y ha estado en recesión desde 2014. Muchos podrían decir que es un país rico y que puede permitirse el lujo de apoyar la afluencia de personas. Pero los estados fronterizos de Brasil se encuentran entre los más pobres del país, que tiene una distribución de la riqueza muy desigual.
Uno de los principales argumentos que las comunidades de acogida suelen utilizar contra refugiados y migrantes es su impacto en el medio ambiente y los servicios públicos. En la práctica, estos son argumentos falsos frente a tal desesperación.
Es necesario actuar para evitar conflictos locales causados por estos impactos ambientales y por la actividad de los actores humanitarios, lo que podría generar presión para cerrar la frontera a personas con necesidades urgentes.
Conozca del trabajo humanitario que realizan la Agencia de la ONU para los Refugiados y el Gobierno de Brasil para atender al número creciente de venezolanos que llegan a ese país.