Imagine vivir en una de las zonas más secas del planeta. La poca lluvia que cae lo hace a lo largo de unos meses, con cerca de 700 mm anuales en total. Un millón doscientas mil personas tienen que sobrevivir con un 65% menos de agua que el resto de sus compatriotas, con una dieta tradicional a base de maíz y frijoles.
¡Pero qué gran diferencia supone contar con un sistema de recolección de agua de lluvia! Ahora los habitantes de esta árida región oriental de Guatemala pueden criar peces y caracoles para comer y vender en los mercados locales, y no solo han aumentado el rendimiento de su cosecha anual, sino que también la han diversificado para cultivar más hortalizas de las que tenían antes.
Antes de 2016, el municipio de Chiquimula, en el Corredor Seco de Guatemala no tenía suministro de agua local: el más cercano provenía de un manantial en una montaña a varias millas de las aldeas. Los agricultores sufrían un promedio de tres cosechas fallidas cada cinco años. Y con un ingreso promedio de menos de 2 dolares por día, la comunidad no tenía dinero para poner en marcha un sistema de irrigación.
Gracias a una donación del gobierno de Suecia, un ingenioso proyecto de la FAO puesto en marcha junto con el Ministerio de Agricultura de Guatemala supuso un cambio radical. La idea era simple: crear depósitos en los que capturar la poca lluvia que caía entre los meses de mayo y julio y de septiembre a octubre y evitar que se evaporara. No es tarea fácil cuando las temperaturas en verano pueden alcanzar los 42 ℃.
“Hasta el año pasado, sufríamos sequía”, explica Hipólito García, un campesino. “Pero ahora con este tanque y el agua que puedo recolectar y guardar, mantengo mi huerto. Es una gran ventaja plantar estos cultivos que ahora cosechamos. Ya tenemos agua para producir alimentos en la estación seca”.
Pero ha sido la introducción de embalses para la cría de caracoles y tilapia –un pez de agua dulce que puede sobrevivir en aguas poco profundas– lo que ha revolucionado el Corredor Seco. “Nunca comíamos pescado”, admite Antonio Marcos Hernández, quien explica que cenar pescado costaba tiempo y dinero: implicaba un viaje de ida y vuelta en la camioneta de alguien durante cerca de dos horas para comprar lo suficiente para él, su esposa y sus hijos, con un impacto considerable en la economía de la familia.
Ahora, Antonio tiene su propio depósito de peces, que construyó con una mezcla de cemento, arena y malla de alambre. “Hace poco sacamos diez peces del tanque, le di dos al niño que me ayudó a capturarlos, dos a mi madre y el resto nos lo comimos nosotros”, sonríe. “Uno para cada miembro de mi familia”.
Más de 200 familias cuentan ya con sus propios tanques en los que crían peces y caracoles. También hay depósitos comunitarios con una capacidad de 450 000 litros, de los cuales se benefician más de 1 000 hogares.
Uno de esos depósitos comunitarios lo construyeron 170 mujeres del pueblo de Plan el Jocote, incluida Rosaura Díaz Felipe, de 40 años. “Esto solía ser un barranco vacío”, explica Rosaura, señalando hacia las empinadas laderas fuera del pueblo. “Con el apoyo del proyecto, construimos el embalse con el objetivo de recolectar agua para regar las plantas y recientemente pusimos 300 alevines de tilapia y caracoles”.
El embalse de Rosaura se construyó usando un muro de 1 400 neumáticos viejos. “Además de peces y caracoles, queremos plantar hortalizas”, añade.
Nery Carrera, funcionaria del Ministerio, está realmente impresionada. “Estas familias han recibido capacitación y ya tienen una visión diferente”, dice. “Promueven la agricultura familiar y producen sus propios alimentos a través del uso de estas tecnologías”.