Allá, en las gélidas aguas del Pacífico, los marineros notaban que en algunos diciembres, por la época del nacimiento del Niño Jesús, el océano se calentaba, había menos nutrientes para la vida marina y los peces migraban a zonas más frías.
“Fenómeno del Niño”, lo bautizaron hace más de medio siglo, ignorando que el calificativo permanecería en la jerga científica global para describir un calentamiento anormal en el Pacífico tropical, que ocurre cada tres o hasta ocho años, comienza en marzo, abril o mayo y alcanza sus picos más altos de calor en noviembre y diciembre.
Entonces, el cambio climático apenas era una idea de lunáticos. Las dos palabras unidas no estaban en la enciclopedia estudiantil de la biblioteca de Germán Poveda, que en la infancia, más que un libro bellamente ilustrado, fue su biblia.
El término solo lo escuchó en 1976, cuando era estudiante de ingeniería civil en la Universidad Nacional y el mundo reaccionaba por el uso desmesurado de combustibles fósiles.
Desde entonces le preocupó. Le preocupó tanto que su vida podría narrarse a través de escenas de cambio climático.
Cauca. Germán huyó con varios amigos del bullicio que había en Medellín por los Juegos Centroamericanos y del Caribe del 78. En una travesía de 15 días por el sur del país escaló el volcán Puracé y en su cumbre experimentó la más infantil de las sensaciones: jugar a la guerra con bolas de nieve.
Jamás volvió a ver ese manto blanco sobre la cordillera Occidental. En el siglo 20 desaparecieron ocho glaciares de Colombia, incluido el Puracé, y según su propia investigación, factores como el aumento de temperatura incidieron.
Chocó. En un viaje a la costa Pacífica, Germán se contagió de malaria. Estuvo a punto de morir, perdió 18 kilos y solo volvió a la vida con los sorbetes de hígado que le preparaba su abuela, a quien recuerda como una mujer dulce, de pelo blanco y ojos azules.
“Tengo mi problema con los mosquitos”, insiste. Sus análisis dejan ver que los picos epidémicos de la malaria en Colombia desde 1959 coinciden con los aumentos de temperatura. Para él, detrás de esta relación está el cambio climático.
Medellín. Germán resistió las tentaciones de la empresa privada y del sector público y, movido por la curiosidad de un eterno niño y científico, aceptó que ser maestro e investigador eran los cúlmenes de su vida.
Desde hace tres décadas, en una oficina pequeña y calurosa de la Universidad Nacional en Medellín, ha estudiado con tesón la variabilidad de los ríos y los efectos del fenómeno del Niño y la Niña en la hidroclimatología colombiana.
El vínculo de su área de estudio con el cambio climático no tardó en aparecer. Se comprobó que este fenómeno perturba el ciclo hidrológico en todo el mundo, y en Colombia él mismo pudo constatar que los caudales de los ríos han disminuido hasta en un 20 por ciento.
Así, el ingeniero se convirtió en una voz prominente del cambio climático en el país, al punto de que sus méritos bastaron para ingresar desde 1998 al Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), el grupo de científicos que le confirmó al mundo lo que por años se quiso negar: con sus emisiones de gases de efecto invernadero, el hombre es autor del cambio climático.
En el IPCC, Germán ha participado en la construcción de tres informes, el trabajo científico más riguroso que ha tenido. Para el último, el quinto, sobre los impactos y la vulnerabilidad del cambio climático en América Latina, tardó cuatro años hasta que cientos de pares académicos aprobaron tres páginas de riguroso análisis.
En 2007, el IPCC obtuvo el Nobel de la Paz, con lo que la lucha contra el cambio climático se elevó al rango de prioridad que han tenido temas como el apartheid o las minas antipersonas.
Aunque es modesto y responde a las preguntas de estudiantes y periodistas con alma de pedagogo, en el currículo de este antioqueño está el peso y el compromiso de un premio Nobel.
Así se refiere a la coyuntura del fenómeno del Niño que hoy afecta a Colombia.
El ministro de Vivienda indicó que las secuelas del fenómeno del Niño que tiene lugar ahora serán de las más graves que han afectado al país en los últimos 50 años. ¿Es cierto?
Tal como se están presentando las anomalías en las temperaturas superficiales del Pacífico, la dinámica es muy parecida a la del Niño de 1997 y 1998, que fue uno de los dos más grandes del siglo 20.
¿Y qué puede esperarse de este fenómeno entonces?
Que se extenderá hasta junio del 2016 y tendrá su máximo entre enero y febrero. Es decir, los efectos del calor que son visibles ahora se agravarán.
¿Qué relación guarda esto con el cambio climático si el Niño es un fenómeno climático normal?
Está probado que el Niño y la Niña se están volviendo más frecuentes y más intensos. Ambos extremos se han intensificado por cuenta del cambio climático. Un planeta más caliente intensifica el ciclo hidrológico en la medida en que hay más energía en el planeta para estos fenómenos. Así las cosas, algo que es causado por el hombre se está retroalimentando como bola de nieve con un fenómeno natural.
Usted ha dicho que en estas discusiones le preocupa tanto el cambio climático como la deforestación…
Es que si cortamos el bosque, disminuimos el porcentaje de lluvias tropicales y, por ende, las sequías durante el fenómeno del Niño son mayores. Esto se explica por dos cosas: La vegetación ayuda a infiltrar el agua de las lluvias en el suelo, y si no hay bosque, se escurre rápidamente y se pierde. Al mismo tiempo, en las cuencas tropicales más o menos la mitad de la lluvia proviene de evaporación local, y si no se infiltra, disminuye la disponibilidad de agua.
¿Y cómo afecta esto al país ahora, en medio de un fenómeno del Niño?
Yo no he podido pensar nada de la vida social y cotidiana que no tenga que ver con la variabilidad del cambio climático, y en este momento todos los sectores pueden ser impactados: la producción de todo tipo de alimentos, la navegación, el incremento de enfermedades tropicales o los incendios forestales son solo algunos.
¿Entonces contrarrestar las causas del cambio climático y frenar la deforestación disminuirían los efectos del fenómeno del Niño por más natural que sea?
Aunque Colombia no está entre los principales emisores de gases de efecto invernadero sí tenemos un imperativo: frenar la deforestación. Montamos títulos mineros para tumbar el bosque de manera infame y tener réditos económicos de corto plazo, y eso es como si un maratonista se pegara un balazo en un pie a punto de salir a correr, porque la biodiversidad es nuestra mayor riqueza. Es esquizofrénico.
¿Y qué opina de lo que propone Colombia al respeto? Por ejemplo, el país llevará a la COP 21 la propuesta de disminuir emisiones de carbono en un 20 por ciento de aquí al año 2030.
En la convención no habrá acuerdos vinculantes obligatorios. Yo estuve en la de Copenhague de 2009 y vi el ruido político, el lobby, las jugadas a seis bandas. Las propuestas de Colombia son tímidas, mediocres y cortoplacistas. El país debería más bien sentar el precedente de cero deforestación, porque exacerba el cambio climático.
¿También pesa el papel de ustedes los científicos para luchar contra el cambio climático?
La verdad es que todavía no hemos hecho ni el cinco por ciento de lo que se necesitamos para entender qué efectos nos va a provocar el cambio climático en Colombia a largo plazo. Estamos atrasados muchos años. Colciencias debería tener un programa, con visión de país, para investigar el cambio climático. Los estudios disponibles son desligados y necesitamos que se relacionen de manera holística.
¿A qué cree que se debe esa debilidad en las propuestas para contrarrestar el cambio climático?
Uno de los problemas del cambio climático es que tiene una dimensión muy propia y muy local, entonces el imaginario colectivo no es único, por eso ha sido tan difícil tomar decisiones. También pasa que a la gente del común poco le importa y mucho menos a los políticos, que no ganan votos con el cambio climático.
Incluso todavía hay quienes dudan del cambio climático…
No hay dudas, y no es que evada el debate científico, pero las evidencias del cambio climático son descomunales, abrumadoras. El ser humano causó este problema vía la emisión de gases de efecto invernadero como resultado de la quema de combustibles fósiles. Esto entonces es un problema ético y moral de nuestra actitud frente a la naturaleza. Nuestros hijos no nos van a recordar con mucho agrado.
MARIANA ESCOBAR ROLDÁN
Redacción EL TIEMPO
Medellín