La cordillera de los Andes que se extiende unos 7,000 km de norte a sur en el continente Americano sobre un área de unos 3,000,000 de kilómetros cuadrados, no solamente contiene los volcanes más altos del mundo sino que también alberga más del 90% de los glaciares tropicales existentes en nuestro planeta. Junto a los casquetes polares, estos glaciares contienen más del 70% del agua dulce disponible, convirtiendo así a la región Andina en un paraíso productor de agua.

Debido al aumento en la temperatura del aire, producto del cambio climático, muchos de estos glaciares se están retrayendo rápidamente, perdiendo así su masa de hielo y con esto su capacidad de almacenar y regular el agua.

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¿Sabías que el derretimiento del hielo en los glaciares bolivianos en los últimos 40 años se ha traducido en la pérdida de unos 0.9 km cúbicos de agua?

Para que se hagan una idea, esto es equivalente al volumen de unas 360,000 piscinas olímpicas- que fraccionado correspondería a unas 9,000 piscinas olímpicas por año.

No es una cifra insignificante y por muchos años los glaciares tropicales han venido suministrando este recurso a las comunidades andinas originarias quienes encontraron en estas fuentes de agua una garantía para poder desarrollar tranquilamente sus medios de vida. Es así también, como muchas ciudades pre-coloniales se edificaron en lo alto de las montañas lejos de las plagas y cerca a estas fuentes de agua.

Los glaciares tropicales siguen teniendo un importante rol para los habitantes de la zona andina, tanto para las comunidades rurales como para aquellas que viven en las grandes urbes, que en la última década han venido creciendo exponencialmente.

Los cambios globales que ocurren actualmente hacen mucho más impredecible el comportamiento de las precipitaciones, lo que sumado a unas fuentes de agua en retroceso, obligará a planificar de una forma más integral, eficaz y eficiente el uso del agua de manera que alcance para todos. De la misma forma, se necesita cierta flexibilidad en la infraestructura de captación de manera que se pueda almacenar la mayor cantidad de agua posible y poder soportar periodos secos más largos mientras que se garantiza su sostenibilidad.

Todo esto quiere decir que para alcanzar un manejo sostenible del recurso será necesario que todos pongamos de nuestra parte, tanto las comunidades rurales por medio del uso de sistemas productivos con menor huella hídrica, como los que habitamos en las zonas urbanas economizando el agua.

La conservación de los ecosistemas y de los servicios que éstos proveen en cuanto a la captación y regulación de los recursos hídricos, debería ser económicamente valorados y debidamente factorizados en los proyectos de infraestructura de agua.

El uso del agua bajo un clima altamente variante, no se trata como un problema ambiental, sino como un problema de desarrollo sostenible seguido por estructuras de planificación bien determinadas y sobretodo con conciencia y actitud.

La pregunta es… ¿Cómo nos queremos desarrollar y hacer crecer nuestra economía?

Podemos ser muy ricos en recursos pero paupérrimos en visión, el ordenamiento territorial y los planes integrados para el manejo de las cuencas son las mejores herramientas con las que contamos en este momento para hacer frente al cambio climático. Es momento de valorar lo que tenemos.

Alfred Grünwaldt

Alfred Grünwaldt es especialista sénior en cambio climático y coordinador temático para adaptación del BID.